bannerbannerbanner
полная версияHeath\'s Modern Language Series: Mariucha

Бенито Перес Гальдос
Heath's Modern Language Series: Mariucha

Escena III

María, Cirila; después Vicenta.

Cirila. Niña del alma, no te acobardes. Poco amable y nada generoso ha estado el vecino. Probaremos con otros. (Saca la carta.) Con variar el nombre…

María. (Vivamente, mirando a la parte obscura de la escena por donde ha desaparecido León, arrebata a Cirila la carta y la estruja.) Acábese esta ignominia. (Rompe la carta y arroja los pedazos. Aparece Vicenta por lapuerta del patio. Viste traje para la fiesta.) Su proceder duro, casi bárbaro, es para mí un aviso del Cielo. Admiro en ese hombre la severidad de un maestro inflexible.

Vicenta. (Aparte.) ¡Aquí María!… ¡y qué elegante!…

Cirila. La señora Alcaldesa.

María. (Aparte a Cirila.) Apártate… Vigila en la escalera. (Cirila se aleja por la derecha, cautelosa, y aguarda sentada en el primer peldaño.)

Escena IV

María, Vicenta.

Vicenta. ¡María… querida! Usted, impaciente por mi tardanza, ha bajado a esperarme.

María. Sí: esperaba a usted…

Vicenta. Vengo retrasada. Cosiendo hasta muy tarde hemos estado mi hermana y yo con el dichoso arreglo. (Mostrando su vestido.) Yo quería que lo viese su mamá.

María. Mamá se acuesta muy temprano.

Vicenta. (Girando sobre sí.) ¿Qué tal estoy?…

María. (Riendo.) ¡Horrible! No podía usted discurrir un arreglo más desatinado.

Vicenta. ¡Oh, qué pena me da usted!… Pero ya no tiene remedio… Vámonos.

María. No: yo no voy. Después de vestida, decido no ir.

Vicenta. Entonces, ¿qué hacía usted aquí?

María. Salíamos… (Sin saber qué decir.) Íbamos a casa de usted para que me viese…

Vicenta. (Deslumbrada por la elegancia y riqueza del atavío de María.) ¡Oh, suprema elegancia! Está usted divina, ideal.

María. Vea usted, Vicenta: con un traje como éste debiera usted presentarse esta noche en los jardines de Teodolinda, iluminados a giorno. Una toilette así es lo que a usted le corresponde, por su posición, por su natural elegancia y belleza… y no ese adefesio barato, que va pregonando las hechuras de casa y el aprovechamiento de trapitos. (Burlándose.) ¡Pobre amiga mía! No puede usted imaginar qué lástima le tengo.

Vicenta. (Consternada.) No me lo diga usted más, porque hago lo que usted: no ir.

María. (Vivamente.) No, no, Vicenta. Usted no puede faltar. ¡Qué se diría! No, no… De ninguna manera…

Vicenta. ¡Vaya que es desdicha! No tan bueno como ése, pero elegantísimo también y de gran novedad, es el vestido que yo encargué. (Furiosa.) ¡Ay, qué bribona de modista; era cosa de arrastrarla!…

María. (Imitando su furia.) De sacarle los ojos. Sí, porque con su informalidad la pone a usted en un ridículo espantoso. Yo lo siento tanto como usted, y estoy pensando que… (Pausa.)

Vicenta. (Con gran ansiedad, reparando en todas las partes del hermoso vestido.) ¿Qué, hija mía?

María. (Gozando con la ansiedad de Vicenta.) Pienso… que con este traje estaría usted encantadora, Vicenta.

Vicenta. ¡Oh, sí…!

María. ¡Y qué golpe daría usted si con él se presentara en el baile! Usted imagínese la grandiosa decoración del parque y jardines… los focos eléctricos, que darán a las mujeres bien vestidas un aspecto ideal, fantástico… y por fondo el follaje verde, salpicado de lucecitas…

Vicenta. (Entusiasmada.) ¡Oh, incomparable! Creerían que es el vestido que encargué a Madrid… María, amiga del alma, ¿es cierto lo que sospecho? Me dice el corazón que usted, con su generosidad sin ejemplo, se digna prestarme… (María hace signos afirmativos, lentamente.) ¡Oh, qué alegría! ¿Con que…?

María. (Empezando a ponerse grave.) Hay algún inconveniente.

Vicenta. ¿Cuál?

María. Yo le prestaría a usted con mucho gusto mi traje… pero… si luego me lo ven a mí, ¡qué dirán!

Vicenta. (Desconsolada.) ¡Ah, sí…! no había caído…

María. No debo prestar a usted mi vestido, no… Pero… por otro medio podría lucirlo. (Pausa, expectación de Vicenta.)

Vicenta. ¿Cómo?

María. Comprándolo.

Vicenta. (Asustada, cruzando las manos.) ¡María!

María. Vendo esta ropa, que es absurda, irrisoria, en la humilde situación a que ha llegado mi familia. Mi padre es pobre, tan pobre que no lo son más los que mendigan en las calles. Ya no hay forma de disimular ni encubrir nuestra descarnada miseria…

Vicenta. (Compadecida.) ¡Pobre amiga de mi alma! ¡Qué pena!… Sí: compro el vestido… compro todo: traje, sombrero, abrigo… Pero ello ha de ser para ponérmelo y lucirlo esta noche.

María. Tiene usted tiempo.

Vicenta. (Con gran impaciencia.) Pero no podemos descuidarnos.

María. Espérese un poco. Aún tenemos que estipular…

Vicenta. Naturalmente, el precio.

María. Que no puede ser corto. Usted, señora rica y de buen gusto, puede apreciar… Fíjese bien: este traje es de Redfern, el primer modisto de París…

Vicenta. Ya se conoce.

María. Rue de Rivoli, 242. Viste a la Emperatriz de Rusia y a la Reina de Inglaterra.

Vicenta. Y será carísimo.

María. Usted figúrese… Mis padres encargaron y pagaron estos lujosos trapos dos meses ha, cuando ya eran pobres, casi miserables. Lo que ellos dieron entonces a la vanidad, justo es que la vanidad se lo devuelva.

Vicenta. Amiga mía, me hago cargo de las circunstancias, y sé que me obligan a ser generosa. Fije usted un valor razonable, teniendo en cuenta que es prenda usada, y no regatearemos. (Impaciente porque María se quite el vestido.) Y ahora… Porque los instantes vuelan, María. El precio y pago lo arreglaremos mañana.

María. Perdone usted, Vicenta. Los malditos mañanas, causa de tantos desórdenes, están abolidos…

Vicenta. ¿Por quién?

María. Por mí. Me propongo cambiar radicalmente mi modo de ser. Ya no soy aquélla, soy otra. La gravedad, la urgencia del caso exigen que esta noche quede todo resuelto y concluido: la entrega de la ropa, el pago, etc… No he de ser exigente. De lo que costaron a mi padre este rico traje y sus accesorios… ya usted ve: todo nuevecito… sólo una vez me lo puse en Madrid,… rebajo la mitad.

Vicenta. Bien.

María. Si usted quiere lucirlo esta noche haciéndolo pasar por el que encargó a Madrid, tiene que darme…

Vicenta. ¿Cuánto?

María. (Con energía.) No mañana, mañana no, esta noche misma, ahora, corra usted a su casa, que está bien cerca, dos pasos, y tráigame… cuatrocientos duros.

Vicenta. (Confusa, sin saber qué hacer.) Pero… verá usted… el caso es que esta noche… Naturalmente, no voy a decirle a Nicolás… Quizás se opondría.

María. Pues entonces, no hay trato.

Vicenta. Mañana, amiga mía… ma…

María. (Cortándole el concepto.) No hay amiguitas, ni carantoñas, ni mañanas, ni nada de eso. ¿No sabe usted que soy de bronce?

Vicenta. Ya lo veo, ya… Pero… No sé cómo arreglarlo… (Con una idea salvadora.) ¡Ah! Si usted se aviene a recibir esta noche la mitad, un poquito menos… Sin enterar a Nicolás ni a nadie, puedo disponer ahora mismo de unas novecientas pesetas.

María. Acepto, siempre que usted me dé formal promesa de entregarme el resto antes de las veinticuatro horas… mil cien pesetas.

Vicenta. Justas y cabales. Pero no perdamos tiempo… Corro a casa… Nicolás, a quien dije que iríamos juntas, ya está allá. Luego le diré: «¿no sabes? llegó el vestido…» Y mañana le cuento… En fin, yo lo arreglaré… tardaré tres minutos… Que cuando yo venga, esté usted despojada… ¿Subiré a su casa?

María. No: espéreme aquí. (Se quita el abrigo y sombrero.)

Vicenta. A prisita, a prisita, para que yo tenga tiempo… (Vase corriendo por el patio.)

Escena V

María, Cirila; después Don Pedro, dentro.

Cirila. (Deteniendo a María que se dirige a la escalera,llevando en la mano sombrero y abrigo.) No subas: tu papá, inquieto y desvelado, con el torbellino de sus ilusiones, no hace más que pasear por toda la casa, y a ratos sale a la galería alta.

María. (Indicando la glorieta, junto a la escalera.) Pues aquí mismo. (Entrega a Cirila el abrigo, el sombrero.) Sube corriendo y traeme un peignoir. Si te preguntan… di… cualquier cosa, que lo piden la Alcaldesa y su hermana para modelo.

Cirila. Voy. (Presurosa sube a la casa.)

María. (Sola desabrochándose.) ¡Qué agradecida estoy a ese hombre! Su negativa me ha puesto en el verdadero camino. (Óyese la voz de Don Pedro, que en la galería alta llama.)

Don Pedro. ¡Cirila, Cirila!

María. (Con voz muy queda, gozosa.) Señor Marqués, señor papaíto, ya tenemos dinero.

Don Pedro. ¿Pero dónde se mete esa…?

María. Y sin pedir nada a nadie.

Cirila. (Baja rápidamente con la prenda pedida.) Aquí está. (Señalando la galería alta hacia el fondo.) Ya se ha cansado de llamar; ya se va.

María. (Cogiendo el peignoir.) Dáme. (A Cirila que fija la vista en la reja y puerta de la casa de León.) ¿Qué miras?

Cirila. Parecióme ver los ojos del hombre negro acechando tras de la reja.

María. Ilusión tuya. (Entra en la glorieta. Cirila le desabrocha el vestido.) Nadie más que tú verá el nacimiento de la mujer nueva. (Gozosa.) Cirila, abrázame.

Cirila. ¿Estás contenta?

María. ¿No lo ves?… ¿No notas tú que el mundo todo se ha transformado? No, tú no lo notarás.

Cirila. Es tu alegría.

María. No: es el mundo que me sonríe y me dice: «Soy muy grande. Estoy lleno de tesoros… Ven, toma para ti lo que encuentres, que no sea de los demás. Recoge todo, recoge los átomos…»

 

Cirila. Vaya, no delires tú ahora. (Ayudándola a cambiar de ropa.)

María. (En la glorieta habrá un trozo de follaje, tras el cual se oculta María al desprenderse de la falda y cuerpo.) Es la sociedad que me dice: «Mírame: no soy toda egoísmo, no soy toda vanidad y mentiras. Estoy llena de virtudes: búscalas, y en ellas encontrarás la vida.»

Cirila. Es tu ilusión de sustentar a la familia.

María. Es Dios que me dice: «Soy la voluntad que hizo el mundo. A ti te di la existencia, y por redimirte sufrí martirio. Adórame Redentor y mártir… Adórame también Creador.» (Vuelve Vicenta presurosa por elfondo. Busca a María en el sitio donde la dejó. De la glorieta sale María completamente transformada.)

Escena VI

María, Vicenta, Cirila.

Cirila. Aquí, señora.

Vicenta. (Llega junto a María y le entrega los billetes.) Aquí está. Cuéntelo…

María. (Toma los billetes sin mirarlos.) Gracias, amiga mía.

Vicenta. ¿Y cómo no ha subido usted?…

María. No conviene que se enteren. No pierda usted tiempo, Vicenta.

Vicenta. (Muy impaciente.) Sí: me vestiré al instante. (Recoge la ropa.)

María. (Coge la mano de Vicenta y la retiene entre las suyas.) Ahora, júreme por la salud de sus hijos que me dará lo restante…

Vicenta. Antes de las veinticuatro horas.

María. Júreme también que me guardará el secreto.

Vicenta. Mi marido y mi hermana tienen que saberlo.

María. Pero nadie más… Júremelo.

Vicenta. Nadie más. Por la salud de mis hijos.

María. Bueno: adiós. ¿Lleva usted todo?

Cirila. Cuerpo, falda… (Le va entregando todo.)

María. Sombrero, abrigo…

Vicenta. (Recogiendo todo cuidadosamente.) Está bien.

María. Estará usted…

Vicenta. (Con entusiasmo.) ¡Oh, elegantísima! Adiós. Hasta mañana. (Vase corriendo.)

Cirila. (Después de mirar por la escalera.) Podemos subir. Tu papá se ha retirado. Nos meteremos en mi cuarto.

María. Sí. (Contemplando los billetes.) Dinero de mi pobreza, ya estamos aquí frente a frente tú y yo… ¿Qué quieres decirme al venir a mí? Que desde que te inventaron los hombres eres muy malo, y que por malo te han puesto innumerables motes injuriosos… que revuelves todo el mundo y originas infinitos desastres… ¡Ah! ya veremos eso… Conmigo no juegas. ¡No sabes tú en qué manos has venido a parar!… ¿Serás bueno, eh?… Seremos amigos. (Los besa y los guarda en elseno.)

Cirila. Vámonos ya.

María. Un momento. (En el centro de la escena, vuelta hacia la casa de León.) ¡Maestro…!

Cirila. No responde… No hay nadie.

María. Hablo con su espíritu, mujer. (Alzando más la voz y mirando siempre a la izquierda.) Ya no soy aquélla… soy otra.

Cirila. (Asustada.) Cállate, niña mía…

María. No puedo. Déjame expresar mi alegría, mi gratitud… Maestro, buenas noches. (Dirígese a la escalera con paso ligero.)

ACTO TERCERO

Sala baja en el palacio de Alto-Rey. En el fondo dos grandes rejas por las cuales se ve un patio con árboles separado de la calle por un muro bajo o empalizada. A la izquierda, puerta por donde entran los que vienen de la calle. A la derecha, puerta grande que comunica con el interior.—Mesa grande a la derecha, con cajón practicable; a la izquierda otra mesa sobre la cual hay piezas de puntilla y cajas de flores artificiales, pasamanería. Parte de estos objetos están a la vista, fuera de las cajas. Debajo de la mesa, más cajas. En el fondo grandes armarios antiguos, con puertas de nogal. En el ángulo de la derecha un perchero con ropa de María. Ésta, junto a la mesa de la derecha, de perfil al público, toma nota de existencias. Viste con elegante sencillez; se cubre con un largo delantal. Cirila está mirando a la calle por la reja. Óyese lejano rumor de panderetas y cantos populares.

Escena Primera

María, Cirila.

María. ¿Pero qué bulla es esa?

Cirila. Primer día de ferias. El pueblo quiere divertirse. (Dirígese a la mesa de la izquierda.)

María. Sigamos. De puntillas quedan… dos cajas…

Cirila. (Contando piezas de puntilla.) Dos, y estas cuatro piezas.

María. Lástima no haber traído más.

Cirila. Inspirada fue tu invención de esta granjería. Los tenderos de aquí traían un género anticuado, carísimo, y más falso que Judas… y tú, pidiéndolo directamente a la fábrica y contentándote con una ganancia corta…

María. (Atenta a sus notas.) Doscientas doce. (Hace su apuntación en pie.)

Cirila. (Suspendiendo el trabajo.) ¿Sabes, mi ángel, que es una maravilla lo que has hecho? En poco más de dos meses…

María. Dos meses y algunos días desde aquella noche… Parece que fue ayer…

Cirila. Cuando le vendiste a doña Vicenta tu ropa… ¡Ay, de rodillas debiera adorarte la familia! Mira que… Imposible parece…

María. Vamos, Cirila, no te entretengas. Si no me ayudas, tendré que volver a ponerte en la cocina. (Pasa a la mesa de la derecha.)

Cirila. ¡Ay! no, no: déjame aquí. (Vuelve a sutrabajo.) Por cierto que con la nueva cocinera están muy contentos los señores. Tu papá la llama el jefe. Esta mañana, a más del rosbif, ha traído Bernarda unas aves riquísimas, pavipollos que parecen bolas de manteca… un jamón de York… pasas de Corinto para hacer plumpudding… té superior… foie-gras… y vino blanco, de ese que llaman Chablis… (Pasa a la derecha.) ¿Pero no sabes, bobita? (Con misterio.) Quieren convidar a comer al señor de Corral.

María. (Vivamente.) ¡A ese gaznápiro insufrible! ¡Vaya que es gana de contrariarme! Sabiendo mi antipatía, mi repugnancia.

Escena II

Las mismas; Menga. Mozuela del pueblo, vendedora en la plaza. Viste pobremente; trae al brazo un gran cesto con sus variadas mercancías; en la mano un palo tarja. Su hablar es áspero y descarado.

Menga. (Por la izquierda.) ¿Ha lugar, muesama?

María. Adelante, Menga.

Menga. Si quié que ajustemos la cuenta… (Sacaun bolsón mugriento.)

María. Vamos allá. (Se sienta. Saca del cajón de la mesa una cestilla con dinero y un papel.)

Menga. Léame la apuntación, a ver si hay conformidá.

María. Tienes que darme: pesetas…

Menga. (Vivamente.) ¡Noramala con las pesetas! ¡Cuénteme por benditos riales!

María. Pues cuatrocientos ochenta reales. Bien clarito está.

Menga. No, muesama.

María. ¿Que no? Pues haz tú la cuenta.

Menga. Cuenta clara. (Mirando el palo en que tiene hecha la cuenta por cortaduras a navaja.) Sesenta piezas.

María. Sesenta piezas.

Menga. A siete y medio. Pus son: cuarenta dieces, más cuatro cincos, que hacen veinte, más sesenta medios riales. Esto sí que es claro.

María. A ver. (Mirando la tarja.) Ya… es que tú te descuentas tu corretaje…

Menga. ¡Pus no!

María. ¡Pero si del corretaje te llevo yo cuenta aparte! (Saca otro papel.) Toma: treinta reales. (Se los da.)

Menga. (Coge su dinero. Saca del bolsón billetes y plata.) Cuentas claras: cuarenta y cinco dieces, más seis cincos… Ahí tiene… Ahora déme (Sacando cuenta mental, ayudada de los dedos.) veinte piezas, y otras veinte, y cinco más.

Cirila. Cuarenta y cinco. Toma. (Se las va contando.)

Menga. Las aldeanas no quién otra cosa. Yo les digo que to l' señorío de Madril lo gasta, la Reina mesmamente en sus camisolines… y que lo train de unas fráicas nuevas de las Alemañas, o del quinto infierno.

María. No te quejarás, Menga: bien te doy a ganar.

Menga. No hay queja, muesama. Pero vea: siete bocas tengo que tapar: mi madre, mi güela de padre, mi güelo de madre, y cuatro sobrinos mocosos, tamaños así.

María. Pero tú ganas mucho. Eres gran comercianta.

Cirila. Pues no llevas aquí poco material. (Mirando el contenido del cesto.)

María. ¿Qué vendes, a más de la puntilla?

Menga. (Mostrando sus mercancías.) Poca cosa: vendo cangrejos, peines, cuerdas de guitarra, aleluyas para los chicos, y velas para los difuntos.

Cirila. ¡Ay, qué allegadora!

María. Dios la protegerá. (Entra Vicenta por laizquierda.)

Escena III

Las mismas, Vicenta.

Vicenta. ¡Queridísima…!

María. ¡Oh, Vicenta…! (Se levanta. Alegre va a su encuentro.) ¿Qué hay, qué noticias me trae?

Vicenta. (Con entusiasmo.) Hija, las flores y pájaros para adorno de sombreros han tenido una aceptación colosal. ¡Qué feliz idea! No llegaban acá más que porquerías anticuadas… Me ha dicho Josefita que se queda con todo, y que le mande usted la factura.

María. Bien. (Destapa cajas y le muestra más floresy otros objetos.) Tengo más, mucho más… Mire, mire: aquí más flores… pájaros lindísimos… Aquí cascos de paja… ¡Vea usted qué cosa más elegante!

Vicenta. (Con grande admiración.) ¡Oh, qué maravilla!

María. (Sigue mostrando.) Vea la encajería para adorno de vestidos.

Menga. (Acercándose con Cirila y admirando aquellos primores.) Miá, miá, lo que trujo pa las señoras de acá… ¡Hale con ellas, muesama, y engáñelas y sáqueles la enjundia, que son bien ricachonas!

Vicenta. Ha tenido el talento de adivinar los adelantos de esta villa…

Menga. ¡Qué no discurrirá ésta, si tié los dimonios en el cuerpo!

Cirila. Los ángeles tiene, que no demonios, bruta.

Menga. Lo mesmo da… que hay dimonios del Cielo.

Cirila. ¡Jesús, qué blasfemia!

Menga. O angelicos de los infiernos… Dígolo porque ésta paiz un dimonio, y es, como quien dice, santa… Ea, dame lo mío.

Cirila. (La va cargando de piezas.) Santa es: no lo sabes tú bien.

Menga. (Acomodando su carga en el cesto y en lacabeza.) Echa más… ¡Arre ahora!

María. ¡Adiós Menga, ricachona!

Menga. (Abrumada con su carga.) Adiós, Santa Mariucha. (Vase por la izquierda.)

María. (A Cirila.) No te necesito por ahora. Acompaña un ratito a mamá. (Vase Cirila por la derecha.)

Escena IV

María, Vicenta.

Vicenta. Josefita colocará desde luego parte de estos primores. Ha estado usted felicísima. Agramante será dentro de poco un pequeño Madrid. Como dice Nicolás, la ola del lujo avanza, avanza…

María. Tendrá Josefita muchos encargos.

Vicenta. Como que se verá muy mal para poder cumplir. Ya sabe usted que para la inauguración del nuevo teatro tendremos aquí la compañía del Español. Nos abonaremos… todo el señorío.

María. Y venga lujo, vengan flores y encajes… y sombreros grandísimos, que son lo más propio para teatro.

Vicenta. Lo más elegante.

María. Así da gusto ver las butacas, hechas un bosque de plumas.

Vicenta. En nuestro lindo coliseo, desplegará la aristocracia agramantina un lujo… (Sin recordar el adjetivo.) ¿Cómo se llama al lujo?… ¡Ah! inusitado.

María. ¡Bien por Agramante!

Vicenta. Y ahora, otra cosa. (Se sienta frente a ella.) Y esto que voy a decirle, querida mía, es un tantico desagradable…

María. (Alarmada.) ¿Qué, Vicenta?

Vicenta. No, María, no es para asustarse… Soy su mejor amiga; me intereso mucho por usted, y quiero prevenirla de ciertos rumores…

María. (Serena.) ¿A ver, a ver?… ¿Qué dicen de mí?

Vicenta. Naturalmente, todo el mundo encuentra muy extraordinario, encuentra inverosímil que una mujer sola pueda…

María. ¿Levantar del suelo a una familia, sostenerla en una pobreza decorosa?… ¡Vaya con el milagro! ¿Y de esto se asombran?

Vicenta. Se asustan, se escandalizan. Este compra-y-vende de una señorita noble, hija de Marqueses, no está en nuestras costumbres.

María. Ni ello les cabe en la cabeza a estas mujercitas encogidas y para poco… Como si lo estuviera oyendo, Vicenta… dirán que una mujer no puede ganar dinero…

Vicenta. Honradamente. Se lo digo a usted con toda esa crudeza, para, que se indigne.

María. No, amiga mía: si no me indigno.

Vicenta. ¡Y se queda tan fresca!

María. Cuando me determiné a sacar a mis padres de la miseria, por los medios que usted conoce, ya conté con que me habían de tomar por loca, o por otra cosa peor… y fortifiqué mi alma contra esos ataques… que no podían faltar.

 

Vicenta. ¿De modo que usted no teme…?

María. ¿A lo que llaman la opinión, a la falsa crítica, a la mentira maliciosa? No la temo. Todo es pura espuma, y yo soy roca.

Vicenta. Dios la conserve a usted en esa fortaleza y serenidad.

María. Con ellas me va muy bien: nadie viene a turbarme…

Vicenta. ¿Nadie? (Picaresca.) Eso no es verdad; que por ser usted mujer de tanto mérito, no le falta el asedio de pretendientes, alguno tan enfadoso como el pobre Corral…

María. ¡Mentecato como ése!

Vicenta. Loco está por usted, y a los desdenes responde con mayor exaltación… La verdad: yo, en el caso y en las circunstancias de usted…

María. (Imponiéndole silencio.) No siga, Vicenta, se lo suplico… y hablemos de otra cosa. (Transiciónrápida a las ideas alegres.) Hablemos de esto, de mi lindo comercio. ¿Sabe usted que tengo que ver a Josefita y acordar con ella plazos, precios…?

Vicenta. Iremos juntas. Yo también tengo que verla. ¿Vámonos ahora?

María. Dentro de un rato, si le parece bien.

Vicenta. (En actitud de despedirse.) Viene usted a mi casa, o llama desde el balcón… (Recordando.) ¡Ah!… Otra cosa: ya decía yo que se me olvidaba lo más importante… Esta tarde empiezan las fiestas de la Virgen de las Mieses… Es la locura de Agramante. Mañana y pasado, gran baile popular en el campo que rodea el Santuario, al pie del monte. Es costumbre de las señoras principales, en días tan alegres, sacar de las arcas los mantones de Manila.

María. ¿Y bailan?

Vicenta. Baila sólo el pueblo. Nosotras organizamos meriendas, paseamos en el bosque, nos reunimos las amigas, formamos corros…

María. ¡Oh, sí!… Un rato de expansión, al aire libre, entre personas amables, me agradará mucho…

Vicenta. Pues allá nos vamos. Yo tengo mantones…

Рейтинг@Mail.ru