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полная версия90 millas hasta el paraíso

Vladímir Eranosián
90 millas hasta el paraíso

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Él ajustó cuentas con los asesinos de su padre, pero se las ingenió para enamorarse de una muchacha puertorriqueña que se llamaba Catalina. Esto fue su West Side Story con un final feliz. La familia de Catalina lo admitió como hijo, y el odio del joven hacia los latinos rápidamente se enfrió. Comprendió que entre los representantes de los pueblos malos hay personas buenas y esposas fieles.

Siempre llega la hora cuando los hijos dejan a sus padres para adquirir la libertad y crear su propia familia. Don Francesco nunca restringía a Mauricio. Este obraba como una unidad autónoma en la organización, siendo especialista en encargos particulares, el “hacha” del jefe de la familia. A Lucchese no se le fue de la lengua cuando Mao decidió no casarse con una italiana, aunque, según sus convicciones, era un empedernido contrario a la integración. Mao estaba muy agradecido al padrino, y pagó con su propio trabajo su confianza. Ahora quería retirarse de los asuntos.

El Don lo respeta, y no se pondrá a mantenerlo a su lado a la fuerza. Sabía que Mao podía guardar secretos, tener la lengua quieta, esta era la ley “omertá”, nadie abolió en la “Cosa Nostra” la “ley del silencio”. Mauricio tenía ahorros. Todos lo intuían. Lo único que no sabían cuánto precisamente. Presuponían que no menos de trescientos mil. Qué ingenuos eran. Mao no solamente guardaba los secretos ajenos, sino también los propios. Supo ahorrar más de dos millones. No en vano, tantos años se refrescaba compartiendo la compañía del torpe Banatti en el repugnante Miami.

Aquel mismo maletín que contenía mazos de billetes de dólares, el cual estaba destinado para contratar a Juan Miguel, llegó a ser de Mao por derecho. Ese dinero merecía ser suyo. Aquel día, parece que era el Día de los Caídos, detectó a los hombres de Canosa en Washington, y resultó encontrarse en el momento y en el sitio adecuado. No estaba dispuesto y no quería “regalar” el dinero a nadie, ni a Vito Banatti, ni al don Francesco. Ni siquiera pensaba en eso. Quepa decir, Mao nunca hacía trabajo de sobra. Le encargaron a Orlando Canosa y él lo cumplió. ¡Y basta!

“Acaso todo ha quedado atrás y ya nunca más volveré al caluroso Miami, una ciudad festiva con un escaso paisaje”. Un italiano con raíces napolitanas nunca preferirá Miami a la “capital del mundo”, situada en la desembocadura del río Hudson, a la latitud de Nápoles. Como echaba de menos su casa, a su esposa y a su hija. Como él comprendió entonces, en el año 2000, aquel muchacho de Cuba, el cual vino a los EE.UU. a por su hijo, no para quedarse en el “país de las mágicas posibilidades”, sino para llevárselo a casa.

Mucha agua ha pasado desde entonces por los puentes. El 11 de septiembre de 2001 cambió el mundo. Los árabes demostraron que no era obligatorio tener armas nucleares para asustar a América. Los italianos llegaron a comprender eso mucho antes, y crearon la inmortal “Cosa Nostra”, a la cual, hasta la fecha, la temen todos. Y el que no la teme, es sencillamente un tonto. Hay que temer a todos. Uno puede esperar una mala pasada incluso de los más inofensivos personajes. El miedo ayuda a que seamos cautos. Mauricio, sea como fuera, no podía saber y suponer cómo reaccionaría don Francesco a su petición sobre el retiro. Tenía miedo de que aquel no pudiera comprender todo debidamente. Los últimos años don Lucchese se convirtió en un paranoico incrédulo. ¿Hasta qué grado? Mao únicamente se disponía a aclararlo. Pero en esta ocasión lo tenía todo asegurado. Son las siete menos diez. Don Francesco apreciará la puntualidad. “Si aquellos dos que me pisaban los talones no me tiraron abajo del Puente de Brooklyn durante mi paseo a pie, uno puede esperar que no salga volando cabeza abajo y desde este rascacielos” – se permitió Mao valerse del humor negro. A través de una puerta tintada con fotodetectores instalados en ella, entró en un edificio en el bajo East Side. Este pertenecía a la familia de Lucchese.

En el despacho del don el consigliere lo acogió fríamente. De por sí, tal acto inamistoso del consejero no significaba nada. Pero la ventana estaba abierta y de allí fluía un aire fresco. Este momento Mao, persona de naturaleza supersticiosa, lo consideró como un síntoma alarmante. Los malos presagios de ninguna manera se reflejaron en la mímica de su cara inexpresiva. ¡Es que no pueden estar enterados de los dos millones! ¡Pero él mató a Canosa!

… No fue tan fácil llevar a cabo este trabajito. En el año 2000, después de recontar en la Corte Suprema los votos del Estado de Florida, durante la carrera presidencial, el menor de los Bush se convirtió en el nuevo Presidente norteamericano, mientras que el señor Canosa se convirtió en una figura aún más poderosa y prácticamente invulnerable. Lo dejaron en paz hasta los malintencionados del FBI. En estas circunstancias, a Mao se le hizo casi imposible alcanzar a don Orlando. Por lo menos durante el siguiente año y medio. El ancla echada en Miami se hundió profundamente en un limo intransitable. El sicario de la mafia estaba a la espera.

Pero Mao no malgastaba el tiempo en vano, no esperaba que todo dependiera de la suerte, examinaba los itinerarios de traslados del objetivo, trataba de hallar lagunas en la complicada estructura de la guardia, la cual estaba compuesta por profesionales de la CIA y por paramilitares colombianos. Hasta intentó adentrarse en el mundo espiritual del influyente señor, penetrar en su pellejo, revelar sus defectos. El italiano llegó a la conclusión de que el punto más vulnerable de Orlando Canosa sin duda era Leticia, que lo había dejado.

La amada lo dejó sin tener en cuenta su riqueza y la posible venganza por parte del rey de la Pequeña Habana. No le temía a Canosa. Justamente, la mulata obligó a sufrir al ser más poderoso en la diáspora cubana. No podía encontrarle una digna sustitución, aunque muy a menudo pasaba el tiempo rodeado de prostitutas, de top models, azafatas y cantantes.

En el año 2001 el señor Canosa entabló estrechos contactos con una tal miss Flores de un canal televisivo hispanohablante. En su apariencia había mucho en común con Leticia. La nueva pasión miraba a don Orlando con un visible servilismo. Esta circunstancia servía para suponer que el señor Canosa no se volvería loco. No le importaba el comportamiento rastrero. Disponía de todo eso en exceso. Fuera como fuese, Mauricio sintió la necesidad de hallarse más cerca a la diva de la televisión.

La miss Flores educaba a su hija de dieciséis años de edad, estudiante de un elitista college, y la chica de repente necesitó tener un guardaespaldas. Más bien por prestigio que por una amenaza real para la seguridad de la jovencita chulona. Mao poseía un talento admirable de hallarse en el momento y en el lugar apropiado. Un detective privado, que servía en el canal televisivo, recomendó a la popular comentarista de televisión a su viejo conocido Umberto Sabatini como el mejor especialista en la esfera de garantizar la seguridad personal de los adolescentes. Antes de esto, Mao intentaba que su compañero de juerga lo acomodara como guardia de la misma miss Flores, pero la hija de la amada de don Orlando también podía servirle en su aún no realizado deseo de aproximarse más cerca al “objetivo”. Como se aclaró posteriormente, a la jovencita sexual, que no reconocía las convicciones de los mayores, atraía a don Orlando mucho más que su madre. Eso significaba que Mao había acertado en el blanco. La chica podía contribuir a ayudar de manera involuntaria al ejecutor de la familia Lucchese. En este caso el sicario italiano no se equivocó. Hace una semana Mauricio cumplió su más difícil contrato…

… En uno de los soleados días de mayo, el señor Canosa se permitió tomar en exceso y se relajó tocando todos los resortes. Se le ocurrió la idea de dar una entrevista a Amanda Flores, una estrella televisiva en ascenso, al mismo tiempo felicitar a su poca numerosa familia de dos personas con el estreno de una nueva vivienda. La principal empresa del macho, que iba marchitándose acalorado por el alcohol, era realizar un plan, que se ideaba hace tiempo, de sustituir definitivamente a la fugitiva Leticia.

La cuestión era que esta excitada concupiscencia y la fantasía enfermiza del señor Canosa, mucho antes de este funesto día, le intuyeron una idea salvadora para su menoscabada altanería. Únicamente Amanda, a pesar de la semejanza externa, no podía sustituir a Leticia. En la diva de la televisión no había rebeldía, no sabía “hacerse soberbia” cuando se necesitaba y defender siempre su independencia. Pero en cambio, disponía de estas características a plena medida su niñita, la que casi había alcanzado ya la mayoría de edad. Eso significaba que la armonía necesitaba una fusión. Solamente en conjunto ellas responderían plenamente de los requisitos crueles del casting del caballero rechazado.

Don Orlando no se tomó la molestia de dar a atender a Amanda sobre sus pretensiones acerca de su hija, y pronto directamente anunció sus intenciones concupiscentes y recomendó a su protegida que pensara muy bien sobre las perspectivas posteriores de su impetuosa subida, y la posibilidad de una caída dolorosa debido a una terquedad estúpida. No le costó mucho trabajo convencer a la arribista de que en esta circunstancia no había nada censurable y contranatural. La historia guarda ejemplos de tal índole. Aquí no se habla de incesto. Es que él no insiste sexo entre tres personas. Por ahora solo sería por turnos. Además, en el canal televisivo de repente se quedó vacante el puesto de jefe de dirección de los programas de noticias, y la casita de la familia de Flores en la Pequeña Habana ha envejecido completamente, requiere una reparación general, y de ninguna manera corresponde a la imagen de la diva de la televisión.

La compra y cumplimiento de las formalidades a nombre de Amanda Flores de la nueva vivienda en la región pintoresca Coconut Grove, con una superficie de trescientas yardas cuadradas y con un garaje subterráneo para dos coches, para la madre y para la hija, convencieron definitivamente a la amante del señor de la inminencia de lo que estaba ocurriendo. Y la madre se puso a convencer con frenesí a su hija, lo que originó su odio, pero a pesar de todo, alcanzó de esta manera su consentimiento. La chica no odiaba menos su vivienda en la Pequeña Habana que a su madre. A todo esto, hay que añadir un chico, del cual ella estaba enamorada… ¡Sus padres ricachones eran snobs de por sí! Tenían una villa en el barrio Art Decó. Que no piensen que su hijito tiene relaciones con una muchacha sin dote. ¡Son del mismo nivel!

 

Amanda y su hija amueblaron a su gusto el hogar en Coconut Grove. Solamente la cama hecha de ciprés libanés, con alumbrado auxiliar luminiscente debajo del fondo y tras a la espalda del espejo, la trajeron por insistencia de don Orlando, habiéndola colocado en un espacioso dormitorio. Todos los recibos habían sido pagados. Salvo uno. Ahora les llegó a ellas el turno de pagar y llegaron los “huéspedes” esperados a la nueva vivienda. Mejor dicho, un solo huésped, que se convirtió en el dueño de pleno derecho de las nuevas poseedoras de la lujosa villa, decorada a estilo neoclásico…

No aprovechar tal posibilidad sería para Mauricio un error imperdonable. Primero examinó el plano de la vivienda y los contornos de los alrededores. Era difícil encontrar un lugar mejor que este para asesinar a la peor persona. Por eso, habiendo traído a la hija de miss Flores a casa, Mao no se dirigió a aparcar el coche de la dueña como solía hacer, sino penetró en el dormitorio y, habiendo desacoplado cuidadosamente el borde del fondo, colocó su cuerpo pesado bajo la cama. Para llevar a cabo este procedimiento sin picardía se requirieron esfuerzos increíbles. Finalmente, el borde del fondo fue puesto en su sitio y Mao quedó escondido en el lugar más invulnerable para la revisión.

La madre y la hija no se acordaron más del callado guardaespaldas Umberto. La atención de las dos se volcó en los preparativos para la visita de una persona mucho más significativa para ellas.

El señor Canosa irrumpió solo en la casa. El grupo principal de guardia quedó en los todoterrenos ante la casa, en el portal de la entrada principal situaron un puesto de dos personas. Pronto estos dos se sentaron en un banco a la sombra de una ceiba frondosa, uno de los pocos árboles, el cual, a diferencia de las palmas, de los pinos y eucaliptos, no irritaba a Mao. La parte trasera del edificio, que salía con una terraza directamente al soto, quedó sin vigilancia. Para el italiano, que era quisquilloso en las cuestiones de víctimas excesivas, estas circunstancias le serían propicias. El sicario era un tipo muy cauteloso y, por si acaso, había minado la casa por el perímetro, aunque abrigaba la esperanza de conservar el techo sobre la cabeza de su cliente e hija un poco nerviosa, pero muy encantadora hijita. Mao no tenía nada en contra de ellas.

Tuvo que respirar a medio diafragma y soportar incomodidades un breve intervalo de tiempo, aunque esto le pareció una eternidad. Los corredores de larga distancia sienten una sensación semejante en los últimos metros de la recta final. Estando bajo la cama infinitamente pasaba la mano por el silenciador de su viejo y seguro “browning”, y rasgaba una reproducción diminuta del retrato del Gran Timonel, la que trajo él en calidad de requisito de la futura “tertulia”.

Un espectador experto en el plano visual no podía posteriormente evaluar el enfoque creativo, en lo que se refería a los últimos matices de una auténtica obra maestra de un sicario profesional. Para el italiano, la imagen de Mao Zedong, hecha en una tablita pulida de madera por un chino fugitivo del neoyorquino Chinatown en un estilo muy original, era solamente una muestra convincente de la participación justamente de él, el “hacha” de la familia Lucchese, apodado “Mao”. El retrato, que cabía en el bolsillo del pecho de la camisa, servía para desempeñar el papel de un sencillo y reconocible autógrafo de Mauricio. El deseo de poner la firma bajo su pseudoobra surgió intuitivamente, pero el texto distinguía a Mao de la categoría de asesinos vulgares. Si él supiera que los enemigos venezolanos y colombianos del señor Canosa sienten mucho mayor respeto hacia el Gran Timonel, entonces podría no haber utilizado la imagen del animador de los Guardias Rojos chinos para mostrar el poderío de la mafia italiana

Para el año de 2002 don Orlando ya le había hecho una mala jugada al Presidente venezolano Hugo Chávez, ya que nadie habría dudado de la participación de los partidarios del último en la organización del atentado contra el rey de la Pequeña Habana, el tesorero de los generales confabuladores venezolanos y el mediador entre ellos y la CIA. En el aspecto cronológico, el momento elegido por Mauricio para liquidar al objetivo coincidió con el retorno de Chávez al poder. Este hecho no fue suficiente para que el demasiado receloso don Francesco de Nueva York, desilusionado con las últimas “actuaciones” de su altamente remunerado sicario, en las cuales de ninguna manera se observaba su “estilo singular” y su “modo de obrar reconocible”, dudara de que era de Mao aquella arma que dejó sin vida al principal enemigo de los italianos en Miami.

La reputación de Mauricio en los ojos de su padrino ya no parecía ser inmaculada. Quedó manchada hasta los mismos cimientos. Y no solamente por las permanentes quejas del viejo amigo Vito Banatti de Miami. El mismo Lucchese pudo notar que Mao ya no tenía esa habilidad de obrar. Da largas al asunto y murmura sobre su suerte. Como si esperara que alguien hiciera su trabajo.

Esto tuvo lugar en la historia de aquellos idiotas que se llevaron un chasco en la villa de Vertus. Los “rompieron” los tipos de Canosa. Es que esto debía haberlo hecho él, el hombre de Lucchese. ¿Y qué ocurrió con Dick, el de la larga nariz, alias “César”, el sobrino de Vito? Nadie lo sabe. Mao afirmaba que precisamente él envenenó al traidor Dick con sus píldoras. Pero todos solamente vieron la explosión del helicóptero sobre el casino flotante de Orlando Canosa. Y por mucho que ensartara disparates el ingenioso Mao, todos guardarían en la memoria solo los añicos del aparato que explotó en el aire. O lo dejaron atrás una vez más, era tonto quien no entendió dónde se debía ejecutar una liquidación encubierta y anónima, y dónde se ha de acabar con la vida de alguien de manera demostrativa, estilizado esto a lo italiano. Sea como sea, Mao no solamente está cansado, sino que ha perdido el instinto.

Esa opinión era injusta respecto al fiel Mauricio. A pesar de todo era necesario presentar a don Francesco pruebas fidedignas, y así liquidar la desconfianza ofensiva del padrino. Solamente un testimonio directo de la participación de Mao, eso significa la “Cosa Nostra”, en este asunto convendría a la familia de Lucchese. El jefe de esta ya no podía aguantar más ninguna ambigüedad. La fuerza, si esta no es visible, no inspira ni miedo, ni respeto…

La complacencia servil, con la cual la miss Flores se ofreció a atender al señor Canosa, podía asombrar solamente a una persona romántica, muy apartada del pragmatismo de una joven estrella. Los años que pasan volando obligan siempre a una maja que está envejeciendo, a acelerar el paso y, sofocándose, pasar al sprint inaguantable. Pero la distancia va reduciéndose junto con la vida y la cola del maravilloso “pájaro de fuego”, de la cual uno quiere agarrarse, puede quemarse o ser una plena ilusión. Valía la pena practicar el jogging. Esto es mucho más agradable para la salud. A menudo aplicando el Chinatown en el maratón, aventajan hasta a los “pájaros de fuego”.

– ¿La primera soy yo o la hija? – preguntó Amanda al señor Canosa, completamente desnudo.

– Tú, luego la traerás a ella – expresó su decisión imperiosa el dueño.

Amanda se desvistió a modo obediente y rápido condujo a Canosa, que esperaba una voluptuosa continuación llena de intriga, al final de la primera “ronda”. Luego salió para traer un cenicero, a la hija y mojito, y satisfecho don Orlando se puso boca arriba y extendió de goce las manos y las piernas. Así estaría revolcándose en esta sábana de seda. Su imperturbabilidad, su equilibrio espiritual yacía aquí, en esta amplia cama. Hoy todo había sido excelente, como si hubiera estado con Leticia. Su pasión animal quedó satisfecha. Algún día el goce será absoluto. Los tres van a compartir este lecho. Él, Amanda y su hija. ¿Puede ser, no dejar para el día del juicio y organizar la “fiesta” ahora mismo?

Mao, tendido bajo la cama, opinó que había que acabar con la “fiesta”. No influyó en esta decisión ni siquiera el colchón ortopédico, el cual, debido a su útil rigidez, garantizó una relativamente confortable estancia del sicario, bajo la presión de las fricciones de conejo del jadeante don Canosa sobre la miss Flores. En ese instante Mao, de repente, recordó que tenía ciertos compromisos: en particular, defender a la jovencita, para la cual él fue contratado como guardaespaldas.

Él conservará el cuerpo, en el aspecto literal, sin permitir que sea profanada la chica por el pedorro viejo. Fuera como fuese, hemos de ser francos, la impetuosidad en esta situación dada estaba condicionada precisamente por la irascibilidad fisiológica del objeto. Así, tal vez, en último lugar, Canosa pudiera obtener una relajación deseada. Si no hubiera sido por el ataque de gases, comenzado por su parte, habría prolongado cierto tiempo su existencia, deleitándose antes de su muerte de la gozada y entregándose al placer sexual. Pero no se puede olvidar del todo las reglas de urbanidad. No es obligatorio que uno se relaje hasta tal grado. Esto ya es demasiado y es una falta de respeto al personal de servicio. El olor obligó a Mao a apretar el gatillo tres veces e inmediatamente.

Canosa de improviso recibió tres balazos en el estómago y quedó ahí sin haber podido levantarse de la cama. Uno de los últimos deseos del objetivo fue cumplido, don Orlando quería permanecer tendido aquí eternamente. No se pusieron a envolverlo en seda, en un manto fúnebre al difunto, y lo dejaron con el negligé. El disparo de control en la nuca y el cuidadosamente colocado en la espalda del antihéroe, el retrato de Mao Zedong concluyó lo iniciado. Después de hacer esto, el sicario salió. Pero al instante se paró. Algo le vino a la imaginación. Quiso volver. Era un mal agüero. No era horroroso eso. Allí había un espejo. Sí, la cama estaba decorada con una cabecera de espejo. Al salir la segunda vez, habría que mirar el espejo y nada ocurriría contigo.

– ¿Qué estás haciendo aquí? Se sorprendió Amanda, habiendo advertido al guardaespaldas de la hija que se dirigía a la terraza que daba a la arboleda.

– Estuve haciendo mi trabajo – lo dijo francamente Mao.

– Me parece, que te has retenido aquí – sin andar con miramientos con el personal de servicio, lo dijo groseramente la miss Flores.

– A mi me parece lo mismo – consintió el italiano.

– Puedes venir el lunes a llevarte la cuenta – no pudo contenerse la diva de la televisión. Don Canosa ya hace tiempo que estaba hablando de la necesidad de sustituir a este guardia privado diletante, que se ocupaba de la seguridad de la hija, por auténticos profesionales.

– No se preocupe, miss, ya me han dado la paga – dijo Mao despidiéndose y, saltando por encima de la barandilla, se perdió en el boscaje…

Amanda refunfuñó descontenta y se dirigió al dormitorio llevando el mojito preparado, el cenicero y, para que todo fuera completo, agarró a su hija. Ninguno de los objetos y seres vivos, que llegaron a ser objetos, se necesitó. Solamente una prenda resultó ser requerida. El ensangrentado don Canosa estaba tendido con la barriga abajo en la única cosa en esta casa, que resultó hallarse aquí exclusivamente por su requerimiento. La cama hecha de ciprés libanés era para él una cureña y el manto de seda, con el cual Mao había vuelto al dormitorio, decidió utilizarlo como bandera nacional…

– Están hablando, según los comentarios de televisión, de que ayer en Miami los venezolanos reprimieron a Orlando Canosa – se lanzó contra Mao don Francesco.

– ¿Los venezolanos? ¿Por qué? – Mauricio se dejó provocar.

– ¡Quién se hubiera imaginado colocar en el cadáver el retrato de Mao Zedong!

– Creo que a Ud. le agradaba llamarme así, don Francesco – le hizo recordar Mauricio.

– Posiblemente. Pero el contrato suponía ser un acto demostrativo. No nos convenía una tranquila alegría familiar. Con tal éxito podías colocar en su cuerpo frágil el retrato de Trotski. Entonces la muerte de Canosa se la habrían apuntado a su cuenta los mexicanos.

 

– Don Francesco, con todo mi respeto a Ud. … Yo no podía dejar allí mi carnet de conductor y el número de seguro. ¿Espero que Ud. no quisiera que yo me entregara voluntariamente a los federales? – se erizó el ofendido Mao.

– No digas mordacidades… Todos los canales afirman sobre el fiasco en el mes de abril de la conspiración de los generales en Venezuela. Sobre los lazos de Canosa con los confabuladores. Lo llaman el tesorero de la revuelta. ¡Estos degenerados pudieron mantenerse dos días enteros! En ese período llegaron a disolver el parlamento y la Corte Suprema, aumentar la cuota para extraer petróleo y bajar su precio para los Estados Unidos. Al cabo de dos días Hugo Chávez, valiéndose de las bayonetas de la Guardia Nacional, volvió al Palacio de Miraflores y suprimió lo declarado antes. El oligarca Carmona huyó a la fortaleza de Turiamo y ahora Canosa es un cadáver. ¿Quién podrá creer que esto no tiene nada que ver con el vengativo Chávez? ¿Quién? Hasta el mismo Vito Banatti no cree que tú lo hayas hecho – se excitó y no en menos grado se puso nervioso don Francesco.

– Pero Ud. sabe la verdad – lo miró con esperanza.

– ¿Por qué debo saberlo? – destruyó las últimas ilusiones el padrino. Solo sospecho que tú quieres un premio por un dudoso trabajo.

– En realidad, yo cumplía el encargo, don Francesco – de manera estoica pronunció Mao – Opino que ha llegado la hora de estar una temporada quieto. Claro, preferiría quedarme en Nueva York. Aquí uno puede perderse bajo un nuevo nombre. Estoy exprimido como un limón. Permítame irme, padrino.

– No estaría manteniéndote a mi lado, si hubieras matado debidamente a Canosa…

Mientras don Francesco estaba amonestando al ejecutor, el consejero le aproximó el periódico de la correspondencia que acababan de recibir.

El título de un artículo de primera plana del “New York Times” obligó a callar al don. Relacionan a la “Cosa Nostra” con el asesinato de un conocido miembro del Partido Republicano”. El impacto en el padrino lo hizo caer en el sillón, y se tragó los primeros párrafos de un tirón:

“El domingo pasado la policía de la ciudad de Miami, Florida, descubrió el cadáver desnudo del relevante miembro del Partido Republicano Orlando Canosa, asesinado en la casa de la reportera de la televisión local Amanda Flores, en la propia cama de ella. La investigación no duda de que ha sido un asesinato por encargo.

En el cuerpo de Canosa fueron detectadas cuatro heridas de balas, incluido un disparo de control en la cabeza. En el lugar del delito el sicario dejó un mensaje simbólico, escrito con la sangre de la víctima en la cabecera de espejo de la cama. En el apellido de Canosa estaban tachadas la segunda y tercera letras, debajo se añadió la palabra “Nostra”, bajo la cual estaba ilustrado el logotipo “Vertus”.

¿Qué es eso? Vuelve a hablar de sí la mafia italiana o el sicario intenta enmarañar la investigación. Inicialmente se estudiaba la versión de la participación relacionada con el asesinato de Canosa, conocido por su amistad con la oposición venezolana, de los agentes de Hugo Chávez. El retrato de Mao Zedong en el cuerpo de la víctima llevó a los detectives a esta conclusión.

Sin embargo, resulta ser más verosímil la “versión italiana”. El examen de los peritos mostró que el retrato del “Timonel” chino fue hecho en Nueva York el 15 de julio de 1997, el día del asesinato de Giovanni Vertus. Nuestras fuentes confirman con plena seguridad que este hecho es fehaciente. En la tablita figura la firma de un autor desconocido, la fecha y el sitio de la ejecución de la obra.

El mensaje codificado, que no requiere un difícil descifrado, puede dar con la pista del asesino real. Se aclaró que últimamente se ocupaba de la seguridad personal de la hija de Amanda Flores un guardaespaldas de origen italiano, que se escapó inmediatamente después de ser asesinado Canosa. El nombre del principal sospechoso es Umberto Sabatini. Sin duda ha de ser falso.

La redacción sabe a ciencia cierta que la criminal familia Banatti, que se asienta en Miami hace mucho tiempo, no se llevaba bien con Orlando Canosa, que en cambio posee poderosos aliados en Nueva York, representados por el clan de los Lucchese. ¿Es posible que los hilos de la madeja enmarañada de las versiones lleven a Nueva York?”

– ¡Lo llevan, lo llevan! – se alegraba como un niño don Francesco – ¡Bravo! Hoy mismo hazle a Mao un pasaporte nuevo – se lo encargó al consejero – Y envíalo a un lugar lo más lejos posible. Que sean unas largas vacaciones. – Golpeó el hombro de Mauricio y lo besó como a un recién nacido.

– Fuera como fuese, preferiría establecerme en Nueva York y retirarme de los asuntos para siempre – Mao volvió a exponer su petición.

– ¿Tendrás recursos para vivir y sustentar a tu esposa con la hija? – dijo seriamente el padrino.

– Dispongo de ahorros.

– Sea así, sea así… Te suelto. Te lo mereces – estando contento don Francesco se puso de acuerdo – Será imprudente quedarse en Nueva York después de un asunto tan escandaloso. Escoge cualquier ciudad, salvo la “Gran Manzana”. Si quieres puedes largarte a Puerto Rico, a la patria histórica de tu cónyuge.

– Que no sea al trópico – se asustó amaneradamente Mao – Sería mejor al Extremo Norte.

– ¿Entonces, a dónde? – se clavaron en él los pícaros ojitos del Don.

– Permítame decidirlo libremente.

– Bien – lo dejó en paz don Francesco – Te echaremos de menos. Nuestra casa común sin ti quedará vacía. La familia te extrañará… ¡Ve con Dios, hijo!

– Me da mucha lástima que sea así – Mao besó la mano del Don y se dirigió a la salida.

– Qué dirías acerca de los dos millones – lo hizo parar la imprevista pregunta del jefe de la familia Lucchese.

– ¿Dos millones? – se dio vuelta Mao y por dentro se encogió, como si fuera un golpe doloroso en los riñones.

– Sí, aquellos que se fumó Vito con la ayuda de Canosa – precisó el Don.

– Yo firmé el contrato respecto a Canosa y no me dieron ninguna instrucción sobre el dinero de Vito – lo dijo con dificultad Mao, sin que mostrara indicios algunos de confusión – Si Ud. me lo hubiera advertido, habría dejado vivo a Canosa para pedirle que devolviera el dinero a Vito. Tal vez, estando vivo habría aceptado la propuesta…

– Está bien, puedes irte – hizo un gesto con la mano don Francesco.

A Mauricio se le alivió el corazón. Es posible que se haya convertido realmente en un “hombre libre”. Ahora es una persona libre y rica. Por la noche va a volar con sus familiares a Nápoles y luego se diluirá en Europa. Y ningún contrato más…

– Él es tuyo – refunfuñó don Francesco por la línea telefónica. Desde esta se oyó castañear los dientes a alguien que saboreaba una tan esperada venganza. Era Vito Banatti, que había llegado de Miami y se hospedó en el famoso hotel “Waldorf Astoria”.

La gente de Banatti esperaba a Mauricio en dos sitios. Los sicarios organizaron emboscadas a su prestigioso colega en el aeropuerto internacional JFK en Queens, y en una cantina barata en Mulberry Street, en la Pequeña Italia, a donde Mao tenía programado pasar para llevarse el pasaporte nuevo y el carnet de conducir falso.

Mauricio llamaba continuamente al consigliere de la familia Lucchese, precisando el sitio de la cita con el mensajero que debía transferir los documentos, pero Mao no apareció en ninguno de los presuntos puntos.

Cuando el consejero le llamó para saber el lugar donde se alojaba, Mao dijo que se había registrado para el vuelo hacia Washington y se encontraba en el aeropuerto “La Guardia”. El consigliere hablaba por las buenas. Mao tampoco decía impertinencias. Un dialogo habitual entre dos mafiosos italianos.

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