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90 millas hasta el paraíso

Vladímir Eranosián
90 millas hasta el paraíso

Juan Miguel y Elián se encaminaron lentamente hacia su casa. Los acompañaban doce pares de ojitos infantiles.

– ¿Eliancito, no quisieras jugar con nosotros? – de improviso se oyó una tardía invitación de Lorenzo.

Elián se volvió asustado, luego esperanzado alzó los ojitos hacia el padre. Juan Miguel meneó la cabeza aprobativamente, y el hijo feliz se precipitó a correr apresuradamente hacia los niños mayores. Estos se desbandaron al instante por la cancha y con mucha seriedad iniciaron el sorteo. En esta ocasión Lorencito repartía a los niños en equipos. No permitirá más que el pendenciero Enrique ordene aquí. ¿Pero dónde habrá de jugar el chiquitín Elián, naturalmente, en mi equipo, y yo personalmente voy a proteger al hijo de Juan Miguel, si los chicos de Enrique se atreven a empujarle y jugar duro…

Satisfecho con el resultado del partido y la rica cena, que había preparado su papá, ya hacia la noche Elián se puso a bostezar. Juan Miguel lo tomó en sus brazos y lo trasladó a la cama. Cuidadosamente lo tendió de costado en ella y se acostó al lado, contemplando al chiquitín que se dormía.

– Duerme, querido mío, yo le dije a un ángel que te besara por mí, pero este volvió y dijo: “Los ángeles no besan a los ángeles” … Por eso yo mismo debo besarte.

Le dio un beso ruidoso en la mejilla y, mirando el reloj, comunicó:

– Son las dos. Pronto vendrá mamá.

Pero Elián ya no oía nada. Dormía dulcemente, inmerso en panoramas agradables y sueños dorados.

* * *

Elizabeth sorprendió al ex marido y al hijo durmiendo abrazados. Llegó por la mañana el insaciable Lázaro de improviso hizo un enroque, sin que se tomaran en consideración los planes de ella. Cabe decir, que Eliz no se reveló mucho cuando el amante la llevó, en vez de Cárdenas, a un lugarcito a la muy concurrida casa de trueno del Varadero nocturno. Allí se hallaba la discoteca “La Cueva del Pirata”, ubicada en una gruta natural.

…Los extranjeros y las extranjeras, que iban y venían en ansiosas búsquedas del amor cubano, fácilmente encontraban a muchachos y muchachas interesados en hacer zambullir a los turistas en, el poco acostumbrado para el ciudadano occidental, mundo de una sincera y despreocupada cordialidad, condimentada con un sexo excelente y bien ensayado.

Los descendientes de los conquistadores españoles y esclavos de Ruanda hacían salir del estado de depresión espiritual a las ninfas, desposeídas del mimo masculino, de la Europa, y las mulatas y mestizas cubrían de besos, derrotados por la emancipación, a los desdichados canadienses y, los que huyeron de las feministas al vedado cubano, a los papanatas alemanes.

Todo el mundo, salvo los veraneantes rusos, fácilmente pudieron evaluar la esencia que diferencia las civilizaciones. Estos turistas no pudieron notar la diferencia, se lo impedía hacer la enorme cantidad tomada de “daiquiris”, “mojitos” y “cubalibres”. La borrachera, que en ciertos momentos conllevaba al trastorno mental, no permitía plenamente concentrarse en lo mágico, lo que sucedía ante los ojos y gozar del sueño hecho realidad. Las cubanitas brincaban estando con los muchachos rusos, como delfines, que chapoteaban y se zambullían al lado de la orilla, en espera de exaltaciones infantiles. La reacción de los rusos, en el mejor caso, se asemejaba a la conducta de las iguanas desconfiadas, en el peor caso a la inmovilidad del cocodrilo.

Pero lo más inexplicable es el pago por el goce. En realidad, resultó ser más bien mísero en comparación con el equivalente de los gastos de servicios análogos en cualquier país de la viejecita Europa, sin hablar ya de Moscú. Enloquecida esta por el flujo de petrodólares, con sus prostíbulos, camuflados como clubes de striptease. Lo más extraño de la prostitución cubana consistía en que no era obligatorio el pago, si esto era por amor. Había de sobra voluntarios, tanto entre los turistas, como entre los locales, que estaban sedientos y ansiosos de compartir lo romántico. Aquí dominaba la sed de comunicación sobre el vergonzoso sentimiento de lucro. La causa es muy simple. Los cubanos no son solamente una nación. El cubano es el nombre del orgullo y de la independencia.

Pudieron liberarse del Imperio no solo de facto y de jure, muchos lograron alcanzar la independencia en sus propias cabezas. A esta cohorte numerosa los gobernadores ascetas en el transcurso de largos años de soberanía estatal le han inculcado el desaire hacia Su Majestad el Dólar, lo que, sin embargo, no repugnaba a la gente de ganancias casuales y ayudaba a considerar como temporal cualquier sindineritis. En Cuba pueden ser permanentes solo la temperatura del agua y el aire – de +21ºC a +27ºC el año entero. En tales condiciones del tiempo se fusiona precisamente la codicia. En lo que se refiere a Fidel… Él también es algo permanente. La amplitud de sus variaciones es insignificante. No permite que desaparezca el pueblo por el embargo económico. El genial longevo Fidel aparentaba ser una especie de corifeo ante los ojos de las masas. Se asemeja a los médicos cubanos, famosos en todo el mundo, que elaboraron un medicamento eficaz contra el SIDA. Solamente los esculapios cubanos pudieron hacer lo imposible e inventar un preparado, que mantiene el sistema inmune de los infectados por VIH. Solo Fidel fue capaz de realizar un milagro – una poción extraordinaria de vitalidad de un pueblo poco numeroso cercado por los enemigos. La fórmula del elixir se mantenía en absoluto y estricto secreto. Transcurridos los años lo misterioso se hizo evidente. Fidel no inventaba nada, él, llamándose ateísta, materializó en la práctica el postulado cristiano – no teman reproducirse. Dios no dejará sin sustento a sus hijos queridos…

Durante los cuarenta años de su gobierno la cantidad de habitantes del país se duplicó, mientras el incremento de la población del mundo occidental cuenta con unos mezquinos porcentajes. Las sanciones de Estados Unidos justamente así influyeron en los cubanos. La respuesta de Cuba fue la reproducción. A ésa contribuyeron aquellos mismos médicos. Y la educación cubana los hizo altamente cualificados, a lo expuesto no tenían nada que ver los proxenetas y criminales, lo que nos obliga a retornar la lógica y la continuidad de esta narración.

Pues, volvamos a nuestro héroe-amante. Jean-Baptiste Moliére, autor del inmortal “Tartufo”, cierta vez notó con aire de clarividencia: “Los envidiosos morirán, pero la avaricia – nunca…” Lázaro sufría de un malestar espiritual, viendo a una cubanita, paseando con algún extranjero a lo largo de la playa. Los dos se las daban de ser una pareja de amantes, arrullando como tortolitos.

Una cosa es el sexo inofensivo, lo que te da una posibilidad segura, al 100%, de conseguir divisas. No veía nada reprensible en tal tipo de “iniciativa empresarial”. Pero es completamente otra cosa entablar relaciones duraderas con estos acicalados dandis. ¡He aquí donde yace la verdadera traición! Así opinaba el mujeriego Lázaro, el Don Juan local, siendo antes barman, nunca desdeñaba arrancar sus intereses de las amiguitas, que fueron ofrecidas a los europeos. No le acusaba la conciencia cuando este vivía a expensas de las mujeres caídas. Otra cosa le sacaba de quicio – cuando las citas breves iban cobrando un carácter más serio. Entonces la indignación del ex barman se transformaba en ira y acababa en palizas y golpes contra las compañeras.

Justamente ahora, en “La Cueva del Pirata”, adonde trajo a Elizabeth la despreocupación rápidamente cambió por la irritación. Los nervios se rebelaron porque este lugarcito de moda estaba lleno de parejas de enamorados, donde desempeñaban el papel de machos los ricachones europeos y las hembras, conforme a la definición de sicología, eran sus compatriotas. ¡Tontas! ¡Están listas a entregarse por un ron con cola y bombones! ¡Qué beneficios se esfuman!

Su alma baja de proxeneta requería de él nuevas acciones y actividades. Pero ahora, cuando en el horizonte se vislumbraba la perspectiva de Miami, Lázaro no empezaría a ofrecer su mediación a unas mozas poco conocidas. Los “mastines” lo tenían fichado en una nómina especial. ¿Valía la pena arriesgarse en minucias, ya que un gran dineral estaba a la vuelta de la esquina, tras una bahía? Se hacía frenar con la idea de que su iniciativa empresarial, a la que en Cuba nadie toma en consideración, en plena medida será útil en realidad en una gran operación. Para este asuntito se necesitará no solo un fuerte y seguro barquito, sino una astucia increíble, de la cual él disponía indudablemente. La recompensa será el sueño americano hecho realidad. Por eso no se ha de cazar al zunzuncito7, cuando al pie de la catarata hay una bandada de flamencos rosados…

Se llevará lo que merece debido a su talento. ¡Vivir como toda esa gentuza, no es para él! Que crean en los cuentos de Castro sobre la vida modesta, pero llena de dignidad humana, los fanáticos de él. El mundo a nuestros pies, a eso debemos aspirar. Las doncellas prefieren a los señores adinerados. Ellas se lanzarán tras él, como lo está haciendo la feúcha Eliz – ella es su entrada al paraíso. Se ha de llevar adicionalmente a Miami a su mocoso. ¡Oh! Como se revelan los gastos de la afección maternal. ¡Qué bueno es que al tonto Juan Miguel lo haya alejado de ella!

– ¡Fíjate como este gordinflón está bailando la salsa! ¡Le tiembla la barriga como una bolsa de agua caliente! – Lázaro meneó la cabeza en dirección al marinero inglés. Este llevaba una barba artística y estaba danzando con torpeza al estilo “latino”.

 

A Elizabeth le hizo sonreír la apariencia del amante del mar, en especial, cuando aquel metió en la boca una pipa grande y empezó a echar humo como un tren blindado. El contenido de su barriga se vertía de la izquierda a la derecha como si fuera leche en la ubre de una vaca.

“Ella es igual como todas las otras – pensó Lázaro – ¡Plebe! Cómo les puede divertir ese deforme pretencioso ricachón, que había traído a Cuba su desmesurada figura, para que la rasparan con sus lenguas casi gratuitamente nuestras chicas tontas.”

– ¡Qué tío gracioso! – reía a carcajadas la joven mujer.

En torno al barbudo daban vueltas varias mulatas. Sin embargo, a Lázaro nadie podría convencerle de que las chicas solamente decidieron respaldar, al que se hizo recientemente el centro de la atención, bailador de poca valía, valiéndose realmente de sus “pasos” profesionales, aprovechando sus culos, que temblaban como tambores.

Las bailadoras no se disponían a galantear al gordinflón con la cara abofada, y por añadidura, bizco y chueco. Terminada la música, todos los miembros del show improvisado se incorporaron a algo suyo. El inglés no quedaría en soledad, pero estas dos compañeritas de la improvisación no estarían en compañía con él. En cuanto a Lázaro, él odiaba precisamente a estas, lo que le comunicó a Elizabeth:

– ¿Qué te parece, no le impedirá la grasa adueñarse de las dos?

– Yo creía que tienes celos solamente de mí – improvisó Eliz.

– ¿Hay motivo?

– Muéstrame a un macho, y siempre habrá motivo alguno – bromeó ella.

– Estoy seguro de que este gordinflón será aprovechado no como macho, sino como medio de traslado a Europa.

¿Puedes, aunque sea por un instante relajarte? ¡Aquí reina la alegría! ¿Para qué se ha de complicar todo? – se amargó la chica – Tú mismo me trajiste aquí. – Aunque te decía que no podía ir.

Ahora estás vertiendo la furia en aquellos que vemos por primera vez y quizás sea la última.

– No les tengo rabia a ellos, sino a mí mismo – de repente la besó y continuó – Porque no puedo comprarte a ti toda suerte de cosas, o sea lo que puede regalar a estas dos chicas el gordinflón con la barba de chivo.

– No me hace falta nada – aseguró Elizabeth.

– Yo sí, que lo necesito – soltó avinagradamente Lázaro.

– Quítate los complejos innecesarios – aconsejó Eliz – En el amor no sirven para nada. Lo más maravilloso del mundo está ya a tus pies. Soy tu esclava. ¿Qué más necesitas?

– Quiero ver el mundo y tirar la casa por la ventana en otros países, como lo hacían los yanquis en Cuba antes de la revolución.

– No es obligatorio ver todo el mundo para comprender que no hay otro país, que sea más hermoso que el nuestro – soltó con seguridad Eliz.

– ¿Estás segura? – se rio sin ganas Lázaro – Es que no disponemos de la posibilidad de comparar.

Elizabeth hizo una pausa antes de contestar a tal argumento fundamentado. Luego dijo:

– Para qué comparar lo nuestro y lo ajeno. Lo ajeno puede ser más grande y mejor, pero lo nuestro siempre es mucho más querido… Además, no todos los yanquis tienen la posibilidad de tirar el dinero. Y aún más… Ellos pagan por lo que aquí se nos ofrece gratuitamente y para siempre. Llévame a casa, ya está saliendo el sol…

Lázaro tuvo que obedecer a la patriota incorregible. Qué vas a hacer, habrá que aguantar su rebeldía. Sea como sea, en que yace este amor ilimitado hacia el pseudo paraíso socialista con su sistema de racionamiento y pesos diferentes para los turistas y la gente local. Por lo visto, el imbécil Juan Miguel le metió en la cabeza sus convicciones procastristas, quizás él solamente sepa argumentar ante las infames. Todo lo restante lo hacen para otras personas.

Ese día Lázaro supo apoderarse de la ex esposa de Juan Miguel en el salón de su chatarra directamente ante el portal de su casa. Al amante le excitaba la propia proximidad del ya ex marido de su cariño actual. Tal situación daba lugar a sentir su superioridad varonil. Su vecina, mujer entrada en años, doña Marta fue testigo de una conducta incalificable de Elizabeth. Esta decidió, que después de lo visto, no se saludaría con la ingrata Eliz. Y al mismo tiempo no contaría nada al pobre Juan Miguel. La mujer no quería hacer disgustar a este buen joven, que se pasaba el día entero con el pequeño Eliancito, dejando aparte su tiempo libre. Es claro, no era una persona impecable, como lo son realmente los varones, pero hasta ahora, por lo visto, está ciego de amor por una zorra indigna, ya que sigue viviendo tras el divorcio con ella bajo un mismo techo.

Todos creían que Juan Miguel y Eliz algún día volverían a unirse obligatoriamente. Ya que los dos querían apasionadamente a su hijito. La gente creerá de buena gana en un cuento, y no en el reportaje en directo de un testigo de vista. Doña Marta lamentó tener un insomnio progresivo, que hubiera armado un lavado a la madrugada y hubiera puesto a secar la ropa. Ahora la mujer sabe mucho más de lo que necesita y eso empeora el proceso del sueño. Es malo que te convenzas una vez más de la injusticia del mundo. Es bueno que esta provenga solo de la gente imperfecta.

Cansada Eliz se dejó caer al sofá y al instante se durmió, así pasó inadvertido un pintoresco amanecer increíble. Un ligero vientecito del océano ahuyentaba las bandadas de cirros, dando el camino al sol que se despertaba. Este resplandor polícromo se revelaba en las formas de colores lila, rosado o azul. Era, ni más ni menos, una auténtica obra maestra. Aquí uno contempla un milagro prosaico, el que no puede ser captado por los seres altivos, y que se abre tan fácilmente a los que pueden sentir el dolor ajeno como el suyo propio, y alegrarse tanto de los éxitos propios como de los demás…

* * *

Juan Miguel fue el primero en despertarse. Hoy era un día no laborable, lo que significaba que él debía cumplir la promesa dada al chiquillo Eliancito y dirigirse a Camagüey para mostrarle un pez exótico, un marlín azul, y tiburones amaestrados.

Los amigos-buceadores siempre lo recibían y atendían como al huésped más deseado. Ya hace mucho tiempo que no quería solo admirar los extravagantes palacios submarinos de arrecifes de coral.

Eliz trabajaba todo el tiempo. Completamente otra cosa era Elián, este recordará para siempre la primera odisea subacuática. Estando en la misma costa, uno puede contemplar los bancos de coral y los peces tropicales en la Playa Santa Lucía. Allí le enseñará a Elián cómo nadar a estilo braza, ya que su hijo hasta el momento solo asimiló su propio estilo de nadar, no aprobado por el Comité Olímpico Internacional. Allí le permitirá al hijo que se ponga el traje de buzo, le enseñara cómo se ha de ajustar la careta y usar el balón de oxígeno, le permitirá sumergirse unas veces bajo la vigilancia del instructor, el cual le relatará sobre la vida de los buceadores.

Los muchachos zambullistas se especializaban en entrenar a los pequeñitos. Decían que disponían de equipos de buceo de tallas pequeñas y sin riesgo alguno se podía sumergir a Elián, atado a un cable, de unos cinco metros. Juan Miguel rechazó rotundamente esta idea. Para qué acelerar los acontecimientos. Para la segunda ocasión del programa ideado esto era más que suficiente.

– ¿Papá, veremos los buques hundidos? – seguía preguntando el chiquillo acalorado antes de emprender una lejana travesía marítima en espera de un milagro.

– Esto será un día de entrenamiento. Los galeones, de los piratas y españoles, no desaparecerán hasta la próxima visita más profesional tuya. Cabe decir, para ese momento ya habrás aprendido a nadar a estilo braza. Te lo prometo.

– Comprendido – lo aceptó Elián.

Eliancito nadaba bastante bien, y para un niño de seis años eso sería algo excelente. Solamente se agitaba mucho, y por eso se cansaba pronto. Al tragar una considerable porción de agua salada, empezaba a entrar en pánico, pero era un tipo especial de pánico – taciturno, tesonero y lo paradójico era que eso fuera fundamentado.

Sí, tenía miedo, pero no de ahogarse. Temía reconocer a papá abiertamente su estado de insolvencia. Es que él ya es adulto, sabe nadar. Aún sabía que su papá estaba al lado, a unas diez yardas. El padre está observándole y controla la situación y en el caso de que su hijo de veras empiece a ahogarse siempre lo sacará del agua o le echará un salvavidas. Algo parecido ocurrió el otoño pasado. En la época de las lluvias en la playa Cayo-Sabinal…

Aquel día los amigos –buceadores los llevaron en una lancha pequeña de un embarcadero en Playa Santa Lucía hasta un lugarcillo maravilloso, declarado como reserva nacional. Aquí numerosas bandadas de flamencos competían exhibiendo su finura y elegancia con los ibis blancos y lindaban con legiones de tortugas marinas, pesadas y torpes tipo Chaelonidae, que tomaban el sol. A una de estas el chiquillo hasta pudo tocarle el caparazón de la tortuga.

Cuando Pedro el amigo de Juan Miguel, el instructor de buceo, le mostró al niño una pesadísima barracuda que acababan de capturar, Elián estaba loco de admiración y quiso tocarla. Apenas hubo rozado la aleta del pez, este bruscamente movió la cola y se contrajo, y un poco más se habría deslizado de las fuertes manos del tío Pedro.

Unánimemente se decidió que había que freír a la intratable moradora del océano en una fogata y comerla por complacer el apetito que se había desatado. Fue preparado un plato exquisito en el propio litoral. Una vez terminada la comida, el padre pidió a Eliancito que le ayudara a recoger la basura – ya que no se permitía dejarla en la blanca arena cubana.

Organizaron el festín en la misma lancha. Habiendo tomado un tentempié, los viajeros se dirigieron hacia la bahía de Nuevitas, a una cueva rocosa, un paraje muy elogiado solamente entre los conocedores de tales maravillosos lugares costeros. Aquí, probablemente, escondían sus botines los corsarios de Henri Morgan – filibustero inglés que horrorizaba la Corona española.

– Aquí tienes veinte y cinco centavos – entregando al hijito la moneda, Juan Miguel le advirtió en voz baja que Elián debía entrar solo en la cueva – tales son las reglas. De otra manera el Santo Cristóbal no cumpliría tu deseo. Lo debes pronunciar con susurro y solo una vez, tapando la boca con la palma de la mano. De este modo… Solamente a las paredes se les permite oír los deseos íntimos de los niños pequeños y hacerlos pasar a la consideración del Santo Cristóbal. En las paredes se puede confiar, ellas pueden guardar los secretos.

– ¿Se puede encargar solo un deseo? – Elián, con los ojos desorbitados, pronunció intimidado.

– Solamente uno, lo más importante – afirmó el padre – Por eso, míralo bien antes de que le pidas algo.

– ¿Puedo pedirle una patineta auténtica? Es que la mía, hecha de una tabla y cojinetes, la vienes reparando cada día.

– Ya no se puede, es que me has contado lo de tu deseo recóndito, y yo te advertí que lo guardaras en estricto secreto.

– ¡Es que tú eres mi papá! – se ofendió el niño resentido, intentando clasificar y ordenar en la mente sus innumerables deseos según el grado de importancia de estos.

– Tales son las reglas. Yo no las he ideado. Son como las normas de tráfico. Si no te guías por estas, entonces obligatoriamente sufrirás algún accidente. El hombre como tal debe subordinarse a ciertas normas. De otra manera, simplemente no podrá sobrevivir. ¿Lo has comprendido? Así que apresúrate, apúrate. Y no olvides echar la moneda en el hueco, en el centro de la cueva. Verás adonde tirarla – allí en el fondo hay cantidad de monedas.

– ¿Resulta que el Santo Cristóbal necesita dinero? – Preguntó desconfiadamente Elián.

– Todos necesitan dinero. Pero no lo aceptará de todos los deseosos. Solamente de aquellos que lo merecen. No le importa cuánto dinero has dejado – es que uno puede dar cien pesos y otra persona no juntará un centavo siquiera. Él tomará el dinero de los que de verdad quieren a su país y obedecen a los padres.

– ¿Y si yo quiero mucho a mi país, puedo encargar un solo deseo o varios? ¿Aunque sean tres? – Elián se puso a regatear el derecho de encargarse para sí una nueva bici china a cambio de la patineta, del machete de juguete, que brilla en la oscuridad en una funda de cuero, y un enorme Mickey Mouse de peluche. O, siquiera, un Batman mecánico, en el caso de que todos los Mickey Mouses se hayan agotado. Si no, por si acaso hasta podrá ser aprovechado un Mickey de plástico pequeño como el que tiene Lorencito.

– No, solo un deseo – se oyó una respuesta severa.

– ¿Puede ser que aquí en las cercanías haya otra cueva? – tal variante retorcida ofrecía Elián a su padre.

 

– En las cercanías había solo manglares intransitables – lo comunicó en manera implacable Juan Miguel.

Eliancito decaído de ánimo, pasaba pisando de una piedra a otra, se encaminó lentamente hacia la cueva. El padre que tenía el ceño fruncido y el tío Pedro sonriente quedaron al lado de la lancha.

Estando dentro de la cueva, Elián se quedó aturdido, mirando las paredes porosas de las cuales colgaban bloques de piedras. En el fondo del pequeñísimo hueco, en medio de la cueva, en el agua cristalina brillaban las monedas de diferentes países. Elián se sentó por un momento en la única piedra plana pulida por el agua, cubierta por algas y musgo. Quedó muy pensativo.

¿Qué hay que pedirle al Santo Cristóbal? ¿Por qué estableció tales reglas severas, permitiendo pedir un solo deseo, el más íntimo que haya? Eliancito reflexionaba calladamente hasta que no hubo sentido que de la humedad de la cueva empezó a acalorarse. Entonces, el chiquillo se levantó decididamente de la piedra plana, se arrimó a la pared y tapando la boca con la mano, susurró:

– Santo Cristóbal hasta el momento no puedo elegir de todos mis deseos lo más importante, y por eso quiero pedirte que hagas lo siguiente… Hazlo de tal manera, que yo vuelva aquí obligatoriamente. Para ese momento lo habré examinado minuciosa y debidamente lo que yo quiero más de todo en el mundo. Cuando vuelva a estar aquí, te pediré un solo deseo…

El niño salió de la cueva empapado de lágrimas.

– ¿Qué ha ocurrido? – sin entender algo, preguntó el padre. Dejé escapar mi deseo – sollozaba amargamente Elián – le pedí al Santo Cristóbal solamente poder volver aquí.

– ¿Volver? – Repitió tras el hijo el padre – un deseo excelente – poder volver. ¿Y qué te ha apesadumbrado así?

– ¿Cómo es que no lo entiendes? Resulta que no recibiré nada. Volveré simplemente y todo. No tendré ni la bici, ni a Mickey Mouse, ni el machete con una funda de cuero… Chorreaban las lágrimas de los ojos.

El padre estaba desconcertado. No sabía qué hacer para calmar al hijito.

– Espérate, espérate – intervino en la conversación el ingenioso tío Pedro – ¿Qué tienes en la mano?

Eliancito abrió el puño. Brilló una moneda de veinte y cinco centavos, que se la había dado su padre antes de visitar el refugio secreto de los corsarios.

– Conforme a las reglas, la petición entra en vigor solamente después de que se haya pagado el impuesto al Santo Cristóbal. Si el dinero no ha llegado al destino, quiere decir que tú no has pedido el deseo – el amigo del padre pronunciaba be por be, acariciando el bigote – Lo que tú has pedido acerca de volver aquí, el Santo Cristóbal lo considera obligatorio para cada uno que viene a visitarle.

– ¿Cómo es eso? – sin creer aún en su dicha, pero ya sin llorar graznó Elián.

– De este modo – continuaba don Pedro, encontrando nuevos argumentos – Pero si tú no volvieras para agradecerle por haber cumplido tu deseo – eso, sí, sería malo. Si la persona está muy agradecida, pues, esta puede volver hasta cien veces aquí. Y aún más, si no se ha definido qué es lo más importante para ella.

– ¡Hurra! – Gritó Elián, alegrando de tal forma a Juan Miguel – ¡Pues, volver – esto no es un deseo!

– Es tu derecho legal – afirmó Pedro.

…Antes de que pusiera rumbo al oeste, don Pedro echó el ancla cerca de un faro. El sol iba poniéndose, había una plena bonanza, y los amigos decidieron refrescarse. El tío Pedro tomó un salvavidas de la caseta de timón y lo tiró bastante lejos al agua.                  – Yo también quiero nadar – balbuceó lastimosamente Eliancito.

Ya había caído la noche.

– A los niños les está prohibido bañarse en alta mar – se lo prohibió el padre, y saltó al agua. El siguiente en lanzarse de a bordo fue el tío Pedro.

Este largo rato estuvo sumergido en el mar, solamente al cabo de unos minutos se vio aparecer su cabeza calva sobre la superficie del agua. Juan Miguel cubrió unas cincuenta yardas a estilo libre, y luego venía nadando atrás, valiéndose del estilo braza. Apoyó las manos en la lancha y quiso empujarse de ella para ver cómo sería su estilo mariposa, pero unos brotecitos de alarma surgieron en su subconsciencia. A bordo reinaba un silencio sospechoso. Eliancito no emitía ni un sonido. Es que no pudo ofenderse hasta tal grado…

– ¡Elián! – llamó el padre.

Silencio en respuesta.

– ¡Eliancito! – Gritó en voz alta Juan Miguel – ¡No bromees así!

Nada se oyó. Ni una palabra.

– ¡Juan Miguel! ¡Está a veinte yardas tras la popa! ¡Rápido! – las palabras provenían de atrás. Lo decía a grito pelado Pedro, el cual advirtió al niño en el agua y este se agitaba desesperadamente. El salvavidas ya iba volando en esa dirección y cayó unas diez yardas más lejos del chiquitín. Eliancito lo vio caer, pero ya no estaba en condiciones de seguir a nado hasta ese lugar. Se ahogaba y, además, no pronunciaba ni un sonido.

El padre se precipitó en ayuda del hijo. Entre él y el peque había unas treinta yardas y… el salvavidas. La distancia iba disminuyendo. Pero las fuerzas de Elián se agotaron completamente… El corazoncito traqueteaba como una ametralladora que ronca. La pierna derecha estaba acalambrada. Y papá no estaba a su lado…

En ese momento, de repente, no se sabe de dónde, emergió el salvavidas. Él llegó solo hasta allí. Quedaba solamente agarrarse a él. Así lo hizo Elián. Todo… Está fuera de peligro. Fue su padre el cual, con todas las fuerzas disponibles, hizo impulsar hacia el niño el salvavidas y este en unos instantes estaba al lado del niño. Luego se aproximó nadando Juan Miguel y lo llevó tirando con el salvavidas hacia la lancha. Estando ya a bordo, el padre lo abrazaba, lo besaba, lo secaba con una toalla, repitiendo:

– Querido mío, hijito mío…

El tío Pedro con gran aplicación se puso a arrancar el motor, gimiendo y blasfemando.

– Perdóname, por favor, tiíto – resoplaba por la nariz el chicuelo ya recobrado del choque.

Pero el padre, parece, no le guardaba rencor. A cambio, le acariciaba la cabeza y se reprochaba de lo ocurrido:

– ¿Por qué pasó eso? – No me lo habría perdonado… Si…

“Es extraño – pensó en ese momento el golfillo – Papá, posiblemente, me castigará después por la desobediencia.”

– ¡Travieso! – refunfuñó por entre los bigotes el tío Pedro, poniendo el rumbo al oeste. Elián ya echaba de menos a su mamá, a las abuelas Raquel y Mariel, a Cárdenas con sus casas de varios colores y las calles asfaltadas, llenas de carruajes con tracción equina, los ciclistas que giran las miradas despreocupadamente y la chiquillada intranquila.      Hacia la noche las olas crecieron mucho y, mirando la nube que se avecinaba, papá tomó la decisión de pernoctar en la casa de Pedro:

– No se puede bromear con el océano, especialmente, cuando te advierte la posibilidad de haber mal tiempo y la aproximación de una posible tormenta. Llegaremos a Cárdenas mañana.

“Qué día magnífico ha sido. Espero que papá no se haya ofendido y obligatoriamente volveremos juntos…”

…Habiendo salido al patio de su modesta vivienda, Juan Miguel aspiró a pleno pecho el aire fresco y, echando una mirada al embate de colores celestes, quedó entusiasmado de lo visto. Hoy es un día hermoso. Justamente como para volver a visitar inesperadamente al buceador Pedro.

Al otro lado de la calle él advirtió la figura corpulenta de doña Marta. Juan Miguel le gritó: “Buenos días”. La mujer casi no reaccionó al saludo del vecino, haciendo una leve inclinación de cabeza, pasó rápidamente a la puerta de su casucha. La señora ya antes no expresaba el deseo de conversar, por eso a Juan Miguel no le sorprendió nada esa rareza en su conducta. Él también volvió a casa para llevarle a la cama el café con bocadillos a Elizabeth. Se le olvidó que estaban oficialmente divorciados. Es que él tiene a Nersy, y Eliz también, seguramente, tiene a alguien. Que sea feliz con el otro, ya que entre ellos no hubo nada…

Ambos dormían – dos personas queridas por él. ¿Podrá haber algo más valioso en todo el mundo? Aquí está el hijo, su vida y felicidad para el padre. Y allí Eliz, la mejor mujer de Cárdenas. Mejor dicho, de todo el municipio de Varadero, y, quizás, de toda la provincia de Matanzas. Él la tiene a ella, una mujer con la cual está divorciado. Y nada podrás hacer. Nunca será como antes. En sus relaciones desapareció el sexo, pero quedó el amor. Eso ocurre entre las personas…

7Zunzuncito – pájaro mosca, o elfo de las abejas (Mellisuga helenae) es la especie más pequeña de los colibríes y de las aves en general.
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