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полная версияEl Airecito – Сквознячок

Надежда Александровна Белякова
El Airecito – Сквознячок

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Ha dicho, feliz:

– ¡Por fin puedo enseñar los buenos modales a mis hijos!

Pensando en esos buenos modales, La Rata ha empezado a poner la mesa en la sala de lectura colocando tenedores y cuchillos de tal manera como lo había visto en algunas casas buenas. Alguna que otra vez ella ha podido entrar a esas casas debido al despiste de los dueños, aunque sea por poco tiempo.

El Rata a la vez estaba eligiendo los tomos más sabrosos para la cena familiar oliendo atentamente las cubiertas. ¡Quería celebrar el estreno de su casa nueva!

En fin, todos estaban felizmente atareados. Ha llegado el momento, la mesa puesta y la familia entera de roedores se ha sentado encima del mantel.

Todos se han limpiado las narices con servilletas tal y como lo dicen los buenos modales, y han empezado el festejo.

El papa Rata se ha puesto de pie y ha exclamado:

– ¡Por fin la Biblioteca es nuestra!

– ¡Nuestra! ¡Nuestra! – han gritado sus hijos y su esposa La Rata.



Los niños brindaban con limonada y los padres con el champán que el Bibliotecario tenía guardado para las Navidades.


Luego los papás les han explicado a sus hijos como se usaban el tenedor y el cuchillo según la etiqueta, a pesar de que a la vez se ayudaban con las patas de atrás. Los platos no querían quedar quietos y se les resbalaban de las manos.

En cada plato había un gran tomo antiguo con una deliciosa cubierta de cuero que olía de maravilla.

El papa Rata estaba tan ilusionado que no se callaba ni un momento:

– ¡Pero qué rico está el pegamento tan aromático de las cubiertas de esos libros! Esto es una auténtica delicia en el mundo nuestro, ¡mundo de las ratas que entendemos de gastronomía! Mi tita tenía el gusto muy refinado y yo aprendí de ella. Era una autentica señora y esteta, pasaba días y noches en la biblioteca de la universidad. ¡Por cierto! ¿Recordáis aquella canción tan divertida que hemos compuesto nosotros para su aniversario?

–¿Cómo qué no? ¡Claro que sí! ¿Cómo empezaba? ¡Cantemos todos juntos!

Y la familia entera ha empezado a cantar a coro su canción favorita:

 
Estudiantes, docentes y profesores
¡Los libros de ciencias querían coger!
Y solo la Rata en esos rincones
Vivía tranquila, y día tras día
Podía los tomos antiguos morder.
¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡Podía los tomos antiguos morder!
 
 
Y mil estudiantes y cien profesores,
Incluso los veinte rectores,
Muchísima prisa se daba,
Pero nunca, nunca llegaban
¡A competir con nuestra Ratita!
¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡A competir con nuestra Ratita!
 
 
¡Qué ricos estaban los tomos!
¡Deliciosos, sabrosos, tan dulces!
Feliz era tita Ratita
¡Vaya, que Rata tan lista!
¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! ¡Vaya, que Rata tan lista!
 

El hijito menor de El Rata se ha puesto a hojear el libro que tenía en su plato, buscando la página más sabrosa cuando de repente ha visto un dibujo muy bonito y colorido.

Su papá en seguida se ha dado cuenta que el chico necesita un consejo:

– ¡Busca los trocitos más deliciosos hijo!

– ¿Y cuáles son papá?

– Son aquellos donde el Bien vence el Mal. ¡Donde los personajes bondadosos y sabios son más fuertes que malos y crueles! Así que no se te olvide que tienes que leer mientras comes, ¡es muy importante! ¡Sí! De este modo la gente sólo leerá lo que no comemos nosotros.

El crío se ha quedado pensativo y ha preguntado a su padre:

– ¿Significa eso que la gente solo leerá cuentos tristes y desesperados donde ganaran los personajes malos y sin corazón?

– ¡Sí, claro! ¡Estamos aquí para eso! Eso nos ayudara a ganar en el futuro, – le ha explicado El Rata.



Su hijo se ha quedado muy sorprendido y ha vuelto a preguntar:

– ¡Papá! ¡Si los adultos y los niños van a leer solo cuentos de este tipo, pensaran que deben ser iguales! ¡Se convertirán en malos y crueles! ¡Qué terrible será el mundo alrededor! ¡Oh! ¡Tengo miedo, tengo mucho miedo! – y unas lágrimas se han derramado por su pequeña nariz lanosa.

– ¡Ja-ja! ¡No tengas miedo chico! Todo lo contrario. Los que crecen leyendo solo los cuentos malos y aterradores estarán convencidos que el Mal es invencible. Ellos no serán capaces de defenderse y de proteger a sus familias. Se volverán miserables y débiles. Y eso significa… ¿Qué? – ha dicho él y ha guiñado el ojo a los demás como un auténtico conspirador.

– ¡Que nosotros venceremos! ¡Hurra! ¡Hurra! – le ha respondido alegremente la familia.

–¡Pues no perdamos el tiempo, acerquemos nuestra victoria! – ha dicho El Rata y se ha anudado una servilleta al cuello dándole ejemplo a toda su familia.

Después ha abierto uno de los gruesos volúmenes antiguos, lo ha abierto al azar y ha leído: “El Príncipe fue un guerrero valiente y justo. Fue defensor de los débiles y ofendidos.”

– ¡Eso es lo que hay que roer sin dejar rastro! – ha explicado él mientras arrancaba del libro la página con ese texto. Luego ha dividido cada página en cuatro partes y ha repartido los trozos entre su familia.

–¡Masticad! ¡Masticadlos muy bien! – enseñaba esmeradamente El Rata a su familia.

La mama Roedora ha abierto al azar otro libro de cuentos, ha leído en voz alta:

“La malvada Bruja, echando chispas de sus ojos rojos le ha sonreído a su amigo Hechicero del Bosque.

Los relámpagos que han salido de esas chispas han encendido todo a su alrededor…” – y ha dicho pensati va:

– ¡Sí! Eso está deliciosamente vulgar. ¡Lo vamos a conservar intacto para que lo lea la gente!

El Rata estaba de acuerdo con su esposa y deseaba continuar educando a sus hijos con algo bueno e instructivo:

– He aquí un ejemplo: “…su corazón bondadoso…, – ni ha terminado de leer la frase El Rata, ha arrancado esa hoja del libro y la ha puesto en el plato de su hijito delante de su rosadita nariz. Ha dicho enojado:

– ¡Mastica hijo, mastica! ¡No dejes ni un pedacito!

Esas han sido las últimas palabras que ha dicho El Rata en la mesa durante el festín familiar porque de repente la puerta de la Biblioteca se ha abierto bruscamente.

El mismo Bibliotecario, muy enfadado, estaba en la entrada. A su lado estaba su nieta y Airecito volaba por encima de ellos. El paraguas, tan necesario para el viaje ocurrió muy a propósito en la mano del Bibliotecario. Moviéndolo hábilmente Lectórius, con la ayuda de su nieta y de Airecito se lanzó para defender su querida Biblioteca de las malévolas ratas.

La batalla ha sido muy rápida y exitosa. ¡Las ratas han huido!

Pero la victoria de nuestros amigos ha ensombrecido cuando han visto que la Biblioteca estaba completamente arruinada.

Adelina no ha podido contener las lágrimas al ver los libros dañados y rotos. Ha cogido en manos aquel mismo tomo que El Rata estaba destrozando sin piedad hace unos minutos y ha dicho, con un nudo en la garganta:

– ¡Ha sido mi libro de cuentos favorito! Y ahora… ¡míralo, abuelo! ¡Ellos han convertido los cuentos buenos y sabios en una porquería malévola!

– ¡Los restauraremos! Volveremos a llenar a los cuentos de palabras buenas y bonitas que les faltan. Y regresarán con nosotros, ¡y vivirán entre nosotros igual que antes! – la tranquilizaba el abuelo.



Y para calmar a su nieta más rápido, el abuelo a pesar del cansancio ha ido a abrir el armario donde guardaba el pegamento hecho por el mismo, varios líquidos, soluciones y utensilios necesarias para su trabajo.

Airecito también se ha unido muy entusiasmado al trabajo porque lo echaba de menos mucho durante el viaje. Y la niña se ha tranquilizado rápido y ha empezado a limpiar la Biblioteca para quitar los rastros del desorden que han dejado las ratas.

Pasaron muchos días y noches y nuestros amigos siguieron con su tarea intentando quedar desapercibidos. En cuanto anochecía, Airecito aparecía y volaba muy, muy alto sobre los árboles y tejados de la ciudad para regalar a los niños las nuevas nanas del Bibliotecario. Debido a ese trabajo diario Airecito se ha vuelto muy fuerte y maduro y ahora nadie reconocería al tímido Airecito de antes. Se sentía mucho más fuerte, podía hacer algo más, no solo seguir hojeando las páginas de los viejos libros. Ahora Airecito tenía fuerza de un viento libre y valiente.

Algunas veces tenía que moderar a sí mismo porque la fuerza que ha crecido dentro de él quería salir afuera. ¡Airecito se ha convertido en el único viento de la ciudad!

Un día Airecito pasaba con una nueva canción preparada por encima de la Plaza. Iba muy rápido para poder regalar cuentos nuevos y adormitar con una nana dulce a los niños antes del amanecer, y tanta prisa tenía que sin querer se enganchaba con veletas y ramas de árboles.

De repente en el silencio de la noche se ha oído el refunfuño de la vieja Torre:

– Vuelven a chirriar mis escaleras, me duelen otra vez todos mis ladrillitos… ¡Oh, ¡cuánto sufre mi tejado!

Ha sido Airecito, tan fuerte y crecido, quien ha tocado por casualidad a la vieja Torre.

Él iba demasiado deprisa porque tenía que volver a la Biblioteca con sus amigos antes del amanecer.

– ¿Quién es el que no me deja en paz? – chirriaba la Torre desde el fundamento hasta el tejado.

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