– ¡Qué aroma tan maravilloso, abuelo! ¡Parece que la biblioteca se ha llenado de olor a frutas, flores y brisa fresca de un aire de verano que tanto echamos de menos!
Justo en ese momento el travieso de Airecito estaba volando por encima de ella desapercibido, con un ramo enorme de flores y frutas exóticas de los países lejanos.
Se quedó así un instante y luego dijo:
– ¡Aquí estoy yo! Os traigo frutas y aromas de los países lejanos que he visitado. ¡Oh, cuantas cosas sorprendentes y maravillosas he visto yo durante mis vacaciones! ¿Y qué significa ese nuevo decreto tan absurdo que he visto por toda la ciudad?
Los amigos se alegraron muchísimo de que Airecito estaba con ellos de nuevo, pero tuvieron que contarle todo lo que pasaba en la ciudad y mencionar el decreto del Gobernador.
El bibliotecario Lectórius le ha dicho:
– Es que, Airecito… El Gobernador emitió este decreto aquel mismo día que te fuiste de vacaciones con tus hermanos Vientos. ¡Os fuisteis tan precipitados y volasteis tan rápido que no os disteis cuenta de que con una fuerte ráfaga de aire subisteis al aire al Gobernador también!
Él voló muy alto sobre la ciudad y después… ¡cayó en medio de la Plaza ante los ojos de todo el mundo!
Faltan palabras para describir cuanto se alegraron los amigos por haberse encontrado de nuevo, pero a la vez le contaron a Airecito todo lo que había pasado en la ciudad mientras él no estaba. Nuestro amigo Airecito se puso muy triste al saber que ya no podía ayudarles y que debía abandonar su querida ciudad.
– ¡Ahora entiendo que es lo que pasa! Es imposible y peligroso para mí quedar a vivir entre los muros de la Torre. ¡Soy un airecito! No soy ni una corriente de aire, pero ¡sí que soy casi un viento! Y eso significa que a mí me toca también ese decreto del Gobernador.
¡Soy el hermano menor de los Hermanos Vientos!
Pero el bibliotecario replicó:
– Nosotros inventaremos algo para esconderte aquí, en la Biblioteca. ¿Verdad, nieta? Y así podremos seguir con nuestro trabajo igual que antes.
– Pero soy Airecito… y no debo poner en peligro a mis amigo. Porque en el decreto también se dice que todos aquellos que den un amparo a vientos, corrientes de aire y las más pequeñas brisas, serán nombrados delincuentes y tendrán un castigo. Un movimiento de la cortina o un golpe descuidado de la ventana, cosas que hago tan de costumbre – ¡y estoy descubierto!
Airecito pensó un poco y empezó a convencer a sus amigos:
– Tenemos que escaparnos de aquí. ¡Volemos hacia allá donde los Vientos son libres, allí podremos seguir tranquilamente con nuestro trabajo!
– Pero ¿cómo? ¿A dónde? – se ha asustado de repente la nieta del Bibliotecario.
– ¡Amigos míos! ¡Fuera la tristeza! Airecito acaba de volver de las vacaciones y ahora nos toca también a nosotros mi nieta, ¿no te parece? Airecito, que ya ha conocido tantos lugares, será nuestro fiel guía en este viaje. Como no está en nuestras manos hacer algún cambio en lo que sucede en la ciudad, debemos superar los malos tiempos cumpliendo bien con nuestro trabajo. ¡Marchémonos, pues! ¡Buen viaje, mis amigos! – exclamó el Bibliotecario limpiando sus gafas.
Airecito y la niña se alegraron:
– ¡Hurra! ¡Todos juntos de vacaciones! ¡Qué bien!
– Llevaremos solo lo necesario, nos vamos sin equipaje porque volveremos pronto. Pienso que nuestras vacaciones serán breves ya que las dos musas que inspiraron al Gobernador a crear ese decreto son el Mal y la Estupidez. ¡Y la única virtud que tienen el Mal y la Estupidez es que no duran mucho tiempo, creedme! – animaba el Bibliotecario a su nieta y a Airecito mientras se preparaban para salir de la Biblioteca.
– ¡Oh! ¡Ahora veréis que fuerte me he puesto viajando por el mundo! – ha dicho Airecito a sus amigos subiéndolos al aire sobre sus hombros. Volaba y volaba con ellos sobre la silenciosa ciudad nocturna y sobre la Torre.
El camino de nuestros amigos ha sido largo y duro, lleno de pruebas y peligros. ¡Pero, visitaron tantas ciudades y países!
Una vez se perdieron en un bosque en plena noche y solo al amanecer salieron a un prado con la casita del guardabosque. Era una casita muy pero que muy vieja. Los amigos vieron una luz en la ventana y oyeron llanto de un niño que no podía dormir. ¡Estaba claro que no podían dejarle sin una nana!
Airecito se acercó a la ventana medio abierta de la que se oía el llanto, se coló por ella en la casita y le cantó al niño una de sus nanas favoritas:
Tita Dormilona duerme en su casona
En una hamaquita tejida de hilitos.
En sus cofres y baúles tiene sueños para todos,
Están llenos de milagros y de cuentos más preciosos.
Cuando niños en el mundo
Duermen dulce en sus camas,
Dormilona se despierta
¡Y entonces se divierte!
Abre cofres de colores con la llave-maravilla
Y bonitas mariposas llevan sueños a los niños.
¡Cuentos-sueños, sueños-cuentos!
¡Para ti también hay uno!
Y si rápido te duermes
Te mandamos sueño tuyo.
¡Duerme-sueña, lo veras!
¡Sueña-duerme, lo veras!
Los amigos vieron lo rápido que se durmió el niño y se dieron cuenta de que jamás podrían dejar su ciudad para siempre, dejar a los niños sin nanas.
Primera habló Adelita:
– ¡Que dulcemente duerme este chico después de tu nana, Airecito!
Yo estoy pensando todo el tiempo…en una cosa…veréis. ¿Servirán nuestros cuentos y nanas en los países lejanos? ¿Los entenderán bien los niños de allá? ¡Echo tanto de menos nuestra biblioteca! Ahora nos rodea solo el bosque, oscuro y terrible. ¡Me asustan tanto la noche y los aullidos de los lobos!
– Y a mí me preocupa que te entristezcas tan rápido. ¿Qué ha pasado mi niña?
– ¡Ay, abuelo! Es porque antes yo estaba segura de que el Reino de la Felicidad existía de verdad. Y ahora veo que eso era solo nuestra esperanza. Era solo un cuento que se ha acabado porque todos los cuentos se acaban tarde o temprano.
– ¡No! ¡Los cuentos nos acompañaban en los momentos difíciles! ¡Mira hacia atrás mi niña! ¿Ves el camino que hemos hecho ya? ¡Solo con la ayuda de los cuentos hemos podido superar tantas cosas!
La chica miró atrás y se puso más triste aun:
– ¡Sí! Pero ahora estamos mucho más lejos de nuestra casa. ¿Encontraremos el Reino de la Felicidad en el camino? ¿Servirán de algo allí nuestros cuentos?
– ¡Bueno! ¿Qué viaje es este? ¡Unas vacaciones con lágrimas no son vacaciones! Regresemos pues. Justo ahora, cuando nuestra ciudad se ha vuelto tan triste, ¡nos necesita más que nunca! Necesita nuestro trabajo, cuentos alegres y nanas felices. ¡Tendremos mucho cuidado! Y yo solo volare con mis nanas para ayudar a dormir a los niños más inquietos. ¡A pesar de los castigos que nos amenazan seguiremos con nuestra labor tan importante! – ha dicho Airecito.
– ¡Pues, amigos! Está claro que no somos capaces de dejar nuestra querida Biblioteca y nuestro trabajo. Y, dicho esto, sinceramente estoy muy preocupado.
Un tramposo con una triste fama de malo está dando vueltas alrededor de la Biblioteca últimamente.
¿Sabéis cómo se llama? Su nombre es El Rata. Y no se destaca por nada solo por su gusto refinado. ¡Ja-ja! Es que le gustan los libros. Y le gustan literalmente, ¡se los come!
Las cubiertas de cuero con su suave aroma a pegamento es una delicia para El Rata. Enseñó esa delicia de libros a su esposa y a sus hijos. ¡Y ahora la familia del Roedor es numerosa y son todos muy glotones! Por lo tanto, la Biblioteca es para ellos algo similar a un enorme restaurante de gran lujo.
Con esas palabras el viejo Maestro cogió en brazos a su nieta que estaba muy cansada, Airecito en su lugar se acurrucó cómodamente en la palma de la mano de la chica, y los amigos partieron de vuelta a casa.
Hay que decir que la preocupación de el Bibliotecario no estaba en vano…
La Biblioteca que se ha quedado sin la protección y sin el cuidado de nuestros amigos, poco después de su salida de la ciudad ha tenido una visita desagradable.
¡Fue la familia de El Rata!
Los roedores entraron en la Biblioteca y se pusieron a oler con mucha curiosidad todo lo que había dentro.
El Rata le decía con orgullo a su esposa:
– En cuanto me he dado cuenta de que la Biblioteca está vacía, os he traído aquí. ¡Y eso que he estado muy pendiente y pasaba por aquí todos los días!
¡Todo lo que podemos encontrar en ese lugar me sorprende y me alegra muchísimo!
La esposa Roedora compartía su alegría:
– ¡Se me hace la boca agua en víspera del festín que nos vamos a dar! ¡Oh! ¡Qué autores tan famosos están aquí, que bien organizados y colocados están sus libros por el orden alfabético! ¡Y esas cubiertas de lujo! En pocas casas hemos visto algo parecido.
– ¡Es que no es una simple casa sino la Biblioteca municipal, aquí están solo los mejores libros! – ha explicado El Rata a su esposa.
– Espero que esté todo muy fresco, ¡ñamm! – ha dicho la mami Roedora que era muy provisora con las cosas del hogar.
Al recibir la respuesta afirmativa de su marido, ha ido a ver los platos, tenedores y cucharas que han quedado de los dueños de la Biblioteca después de su partida. La Rata estaba muy contenta con todo lo que ha encontrado y ha aparecido en la sala de lectura con las manos llenas de “trofeos” – cucharas y tenedores que parecían enormes a su lado.