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Sigmund Freud Más allá del principio del placer
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[1] Véase la obra Zur Psychoanalyse der Kriegsneurosen [Sobre el psicoanálisis de las neurosis de guerra] con aportaciones de Ferenczi, Abraham, Simmel y E. Jones (1919).
[2] Josef Breuer y Sigmund Freud, Studien über Hysterie (1895) [ed. cast.: Estudios sobre la histeria en Obras completas, vol. II, Buenos Aires, Amorrortu, 9.ª ed., 1996, traducción del alemán por José Luis Etcheverry].
[3] Sándor Ferenczi (1873-1933), médico y psicoanalista húngaro, gran amigo y colaborador de Freud.
[4] Georg Simmel (1858-1918), filósofo y sociólogo alemán, contribuyó en gran medida a establecer la sociología como ciencia, estudiando aspectos como la autoridad y la individualidad o las relaciones personales. También fue un controvertido e interesante filósofo que tocó temas como la inmortalidad, el relativismo moral, la vida, el amor y la ética, y cuyas obras sirvieron de inspiración a numerosos autores posteriores.
[5] Sigmund Pfeifer, psicoanalista húngaro que había publicado ya en 1919 un trabajo basado en la observación empírica de niños, a partir de la cual realizaba un análisis del juego a la luz de las tesis freudianas formuladas hasta ese entonces.
[6] Esta interpretación quedó luego plenamente confirmada por una nueva observación. Un día en que la madre había estado ausente muchas horas, fue recibida a su regreso con estas palabras: «¡Nene o-o-o-oh!», que al principio parecieron incomprensibles. Pero enseguida se averiguó que, durante el largo tiempo que había estado solo, el niño había hallado una manera de hacerse desaparecer a sí mismo. Había descubierto su imagen en un espejo de cuerpo entero que llegaba casi hasta el suelo, y luego se había agachado de manera que su propia imagen desapareciese, es decir, quedase «fuera».
[7] Cuando el niño contaba cinco años y nueve meses, murió su madre. Y al hallarse esta realmente «fuera» (o-o-oh), no mostró dolor alguno. Cierto es que, entretanto, había nacido un segundo niño que había hecho más fuertes sus celos.
[8] Cfr. un recuerdo de infancia en «Poesía y verdad», Imago V/4, Sammlung kleiner Schriften zur Neurosenlehre, IV Folge.
III
Veinticinco años de intensa labor han hecho que las metas inmediatas de la técnica psicoanalítica sean hoy muy distintas de las iniciales. Al principio, el médico dedicado al análisis no podía aspirar a otra cosa que adivinar, reconstruir y comunicar, en el momento oportuno, lo inconsciente oculto para el enfermo. El psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación. Pero, como así no se solucionaba la tarea terapéutica, enseguida se planteó otro propósito inmediato: instar al enfermo a corroborar la construcción mediante su propio recuerdo. En esta labor, la cuestión principal era vencer las resistencias del enfermo; el arte consistía ahora en descubrirlas lo antes posible, mostrárselas al enfermo y, por medio de la influencia humana (este era el lugar de la sugestión, que actuaba como «trasferencia»), inducirle a abandonar esas resistencias.
Pero luego se hizo cada vez más claro que la meta propuesta de hacer consciente lo inconsciente tampoco podía alcanzarse plenamente por este camino. El enfermo puede no recordar todo lo que en él hay de reprimido, puede no recordar precisamente lo esencial, y de ese modo no llegar a convencerse de la verdad de la construcción que se le comunica. Y así se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia actual, en vez de recordarlo[1], como el médico preferiría, cual trozo del pasado. Esta reproducción, que aparece con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil, y, por tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y por lo regular acontece en el terreno de la trasferencia, esto es, de la relación con el médico. Llegado el tratamiento a este punto, puede decirse que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva neurosis, una neurosis de trasferencia. El médico se ha esforzado por limitar en lo posible el dominio de esta neurosis de trasferencia, penetrar lo máximo posible en el recuerdo y permitir lo menos posible la repetición. La proporción que se establece entre recuerdo y reproducción es diferente en cada caso. Por lo general, el médico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura; tiene que dejarle revivir cierto trozo de su vida olvidada, procurando que se conserve cierto grado de reflexión, en virtud del cual esa realidad aparente pueda reconocerse cada vez como reflejo de un pasado olvidado. Conseguido esto, se habrá ganado el convencimiento del enfermo y el éxito terapéutico, que depende de ese convencimiento.
Para hallar más inteligible esta «compulsión de repetición» que se exterioriza en el curso del tratamiento psicoanalítico de los neuróticos, es preciso ante todo liberarse del error que supone creer que en la lucha contra las resistencias se combate contra la resistencia de lo «inconsciente». Lo inconsciente, esto es, lo «reprimido», no ofrece resistencia alguna a la labor curativa; no aspira a otra cosa que abrirse paso hacia la conciencia venciendo la coerción a que está sometido, o a volcarse en el acto real. La resistencia proviene en la cura de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida anímica que en su momento llevaron a cabo la represión. Pero, como los motivos de las resistencias, y aun estas mismas, son –según nos demuestra la experiencia– inicialmente inconscientes en la cura, esto nos advierte de que hemos de corregir una inconveniencia de nuestro modo de expresarnos. Suprimiremos esta falta de claridad si no oponemos lo consciente a lo inconsciente, sino el yo coherente a lo reprimido. Buena parte del yo es sin duda inconsciente; lo es precisamente lo que puede llamarse el «núcleo del yo», del cual solo una pequeña parte es lo que denominamos preconsciente. Tras sustituir así una expresión meramente descriptiva por otra sistemática o dinámica, podemos decir que la resistencia de los analizados parte de su yo, y entonces no tardamos en advertir que hemos de atribuir la compulsión de repetición a lo reprimido inconsciente. Es probable que la resistencia no pueda exteriorizarse hasta que la labor en sentido contrario de la cura no haya debilitado la represión[2].
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